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Si hace quince años nos hubieran dicho que podríamos conectar en solo segundos con cualquier persona que esté en el lugar más recóndito del mundo, para hablar con ella e incluso verla en directo, seguramente habríamos creído que se trataba de ciencia ficción. Pero esto es posible gracias a los vertiginosos avances de las nuevas tecnologías, que nos proporcionan unas ventajas inimaginables hasta hace poco. Pero como suele ocurrir en todos los ámbitos, estas ventajas llegan a la par que los inconvenientes e incluso los peligros que comportan estas tecnologías cuando se utilizan de forma incorrecta. Esta semana hemos tenido dos ejemplos de cuán nocivo puede ser un uso inadecuado de las redes sociales. Y es que ha trascendido el suicidio el pasado sábado de una joven, Verónica, de 32 años y madre de dos niños de corta edad, después de que se hicieran virales unos vídeos de contenido sexual grabados hace años en los que ella aparecía y que se difundieron vía WhatsApp entre buena parte de los 2.500 compañeros de trabajo de la planta de Iveco de San Fernando de Henares. Aunque en un primer momento se especuló con que fuera una expareja de la mujer quien inició la difusión del vídeo, este quedó en libertad tras entregarse a la Policía y la investigación sigue abierta. Pero lo que queda claro es que del suicidio de Verónica son corresponsables todos los que compartieron este material sensible, los que la sometieron a un acoso que no pudo sobrellevar, y también sería necesario analizar el papel de la empresa en la que trabajaba. En este sentido, Comisiones Obreras asegura que Iveco no activó el protocolo por acoso, al considerar que era un tema personal y no laboral, pese a que la joven comunicó la situación a la dirección. Y si este caso de mal uso de la tecnología es dramático y de consecuencias irreversibles, la cara opuesta es la condena a un youtuber esta misma semana por vejar a un mendigo y grabarlo. Con el fin de lograr más visitas a su canal de la plataforma, le dio 20 euros y unas galletas rellenas con dentífrico para captar su reacción y colgarla en la red para mofarse ante sus cientos de miles de seguidores. La Justícia ha prohibido al autor de tan macabra e inhumana broma utilizar durante cinco años YouTube y le impone 15 meses de cárcel. Sería bueno que esto sirviera de escarmiento a quienes hagan mal uso de las redes, sin importarles las consecuencias que esto puede comportar.

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