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A una semana de la sesión de investidura convocada para el próximo lunes, las posibilidades de que Pedro Sánchez, el único candidato posible a tenor de los resultados de las últimas elecciones, pueda ser investido presidente del Gobierno se antojan más complicadas que nunca. El candidato socialista dio por rotas las negociaciones con Podemos, su socio preferente hasta ahora, y no parece que ni el PP, ni Ciudadanos puedan modificar su anunciado voto en contra para hacer posible la investidura en segunda vuelta con una abstención. Sánchez calificó como “mascarada” la consulta anunciada por Pablo Iglesias para que las bases de Podemos se pronuncien sobre un gobierno de coalición o de colaboración explicando que la semana pasada había ofrecido que personas cualificadas del ámbito de Podemos se incorporaran al ejecutivo en lo que hubiera sido el primer gobierno de coalición desde la restauración de la democracia. El mismo Sánchez, en un tono indignado, aseguró que Iglesias busca una justificación para votar en contra del candidato socialista, recordando lo que pasó en 2016 cuando el mismo Iglesias se adelantó a su potencial socio explicando las carteras que reclamaba. Ahora, parece ser que el problema vuelve a ser la vicepresidencia que exige Iglesias y que Sánchez como responsable del Gobierno no está dispuesto a conceder planteando ya una estrategia para culpar a sus adversarios de bloquear el proceso. Sea como fuere el problema es que Sánchez necesita algún apoyo para la investidura, que debería negociar para conseguirlo y que sería ilusorio pensar que algún grupo le va a dar sus votos gratis. Ciertamente los votos de Podemos no son suficientes y Sánchez está en su derecho de no aceptar las imposiciones de Iglesias y buscar posibles alternativas para no depender del apoyo de los independentistas, pero teniendo en cuenta que ni el PP, ni Ciudadanos van a cambiar de postura, todo apunta a que la repetición de elecciones en noviembre está más cerca. También puede ser que Sánchez haya lanzado un órdago para conseguir más flexibilidad por parte de sus adversarios, pero es una jugada arriesgada que también puede volverse en su contra. Y sin duda alguna tampoco favorece a la estabilidad del país, que puede verse abocado a otra repetición electoral con el mensaje de que como los políticos no son capaces de pactar, piden a los ciudadanos que cambien su voto.

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