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Nadie, absolutamente nadie, debería ir a la cárcel por defender unas ideas o expresar una opinión. La esencia de la democracia es aquella frase a tantos atribuida y tan poco respetada de que no estoy en absoluto de acuerdo con usted, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo.

Y muchos podemos considerar deplorables algunas de las frases de las canciones de Hasél, elogiando el tiro a la nuca o las acciones de ETA o los GRAPO, pero reconocemos su derecho a decirlas sin acabar en la cárcel. Ciertamente tenemos una legislación, tanto en el Código Penal como con la ley mordaza, anacrónica, que penaliza discriminadamente según qué tipo de críticas, que intenta proteger, con poco éxito a la vista de lo que está sucediendo, instituciones como la monarquía, y que pretende coartar la libertad de expresión de periodistas, raperos o tuiteros, y cuya reforma es urgente al margen de los sucesos de estos días.

Pero también hay que admitir que libertad de expresión no equivale a la impunidad para insultar o denigrar a quien no piensa como tú, y si alguien se siente agredido, insultado o menospreciado también tiene derecho a que pueda exigir una reparación y reclamar una defensa ante los tribunales. Solo hay que buscar en otros países para ver cómo está penalizada en Alemania la apología del nazismo o el negacionismo de sus barbaries, o en Francia la apología del terrorismo sin que proliferen juicios, encarcelamientos o exilios por delitos de opinión o expresión como está sucediendo en los últimos tiempos en España.

Cada cual ha de ser responsable de lo que escribe, lo que canta o lo que dice y tiene que afrontar sus consecuencias, pero un Estado no puede condenar a penas de cárcel por pensar, escribir o cantar en contra de determinadas ideas o instituciones. Y solo ante la debilidad, y las contradicciones que muestra el Estado que han hecho multiplicar las protestas, puede entenderse que se presente a Hasél como adalid de la libertad de expresión cuando además de las criticables condenas por enaltecimiento del terrorismo o ataques a la corona, acumula otras dos que aún no son firmes por agresiones, una de ellas a periodistas en labor informativa, y cuando su trayectoria viene marcada por insultos y descalificaciones a quienes no comparten su ideario.

Y por grande que sea la indignación de algunos colectivos ante su entrada en prisión, nada justifica la violencia, ni el vandalismo que se vivió en muchas ciudades catalanas con Lleida a la cabeza, ni que resulten heridos mossos y guardias urbanos que no son culpables de la situación, únicamente intentaban evitar males mayores, y lamentaban “una violencia extrema y gratuita” en algunas protestas. Las libertades, y tampoco la de expresión, no se conquistan, ni se defienden con destrozos y vandalismo, sino con firmeza, convicciones, respeto y tolerancia, que son los valores que nos agrupan a la mayoría.

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