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Los primeros meses de pandemia, cuando el mundo se paró por sorpresa para luchar contra un enemigo invisible y letal, el lema fue “tot anirà bé” escrito bajo un arcoíris esperanzador.

Cada tarde a las ocho en punto se salía a aplaudir al personal sanitario y surgían todo tipo de iniciativas solidarias para coser mascarillas cuando no había de disponibles en las farmacias, llevar la compra a casa a las personas vulnerables o animar a la comunidad de vecinos con música para hacer más llevadero el confinamiento. En este contexto, la consigna era que nada volvería a ser como antes cuando se pudiera volver a salir a la calle.

Incluso se acuñó el concepto de nueva normalidad, asociada a las restricciones que imponía la crisis sanitaria, pero también a los cambios profundos que iba a suponer haber sobrevivido a una pandemia.

Lo cierto es que el positivismo duró muy poco. Los psicólogos ya advertían que los humanos tenemos una memoria muy frágil y el fin del confinamiento supuso también el fin de los buenos propósitos, el retorno a la vieja normalidad.

Y eso se ha traducido en un aumento de las muertes en la carretera.

En lo que va de año un total de dieciocho personas han perdido la vida en accidentes de tráfico solo en las comarcas de Lleida, siete más que en el mismo periodo del año pasado. Cuando en mayo se levantó el confinamiento autonómico se disparó la siniestralidad a niveles prepandemia.

El conseller de Interior, Joan Ignasi Elena, anunció el miércoles que va a poner en marcha un Plan de Seguridad Viaria que pretende reducir un 15% las víctimas mortales en las carreteras en 2023.

Sin duda, una iniciativa que debería tener carácter prioritario y una dotación presupuestaria en consonancia. Este mes, tradicionalmente trágico, porque se hacen más desplazamientos por las vacaciones, se incrementará la presencia policial y se activarán 16 vehículos espía sin logotipar de los Mossos d’Esquadra para cazar a temerarios.

Todo suma para reducir la siniestralidad. Que la esperada nueva normalidad cuando por fin se deje atrás la pandemia no se traduzca en un aumento de las muertes de tráfico.

Sin servicios básicos Resulta incomprensible que en pleno siglo XXI una población del llamado primer mundo lleve más de un mes sin poder consumir agua del grifo porque no es potable.

Los vecinos de Cassibrós, en la Vall de Cardós, se sienten impotentes y denuncian que nadie les da soluciones.

Las obras de limpieza y desinfección de la red de distribución de agua no pueden esperar, porque se trata de un servicio básico. Difícilmente se puede revertir el despoblamiento de las zonas rurales si no se garantizan unos mínimos de calidad de vida.

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