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Agricultores y ganaderos volvieron a salir a la calle el jueves con lanzamiento de estiércol ante la sede de Agricultura y Acción Climática para protestar por una situación que se arrastra desde hace años y lleva visos de empeorar. El resumen es contundente: los costes se incrementan en progresión geométrica, y más en los últimos días con subidas espectaculares del gasoil, un 120 por ciento, o los piensos, un 40 por ciento, mientras que los ingresos ni siquiera se actualizan, sino que bajan. El mismo ministerio de Agricultura ha calculado que los ingresos del sector en el último año han bajado un 4 por ciento y todo apunta a que en este 2022 se mantendrá la tendencia y que los precios que cobra el payés seguirán bajo mínimos.

La consecuencia es que cada año el sector agrario pierde peso y como recordábamos el domingo en lo que llevamos de siglo el número de afiliados por cuenta propia para actividades agrarias, ganaderas y forestales ha bajado un 37 por ciento y apenas quedan nueve mil profesionales que se dedican al sector. En el resto de Catalunya, el descenso es similar con una bajada también del 37 por ciento en la provincia de Barcelona, del 44 por ciento en Tarragona y del 46 en Girona, que muestra como el modelo de la empresa familiar agraria que había propiciado el desarrollo de la agricultura catalana está en franca regresión, porque los sacrificios que conlleva no compensan, porque el ámbito rural no dispone de los mismos servicios que el urbano, porque sale más rentable alquilar la tierra para plantas solares o eólicas que cultivarla y también porque en general los padres quieren para sus hijos una vida menos sacrificada que la suya, con lo cual no hay relevo generacional.

Estamos ante un cambio de modelo porque todas las administraciones se llenan de buenas palabras sobre la importancia del sector, sobre la trascendencia social que tiene, pero luego no toman medidas para garantizar unos precios justos, para evitar competencias desleales, para conseguir que las ayudas comunitarias lleguen a los payeses de verdad y no a los de salón y porque en las grandes capitales siguen sin enterarse de los problemas reales que afectan al campo y se quedan con la anécdota de las visitas bucólicas del fin de semana sin llegar a valorar el producto de proximidad y de calidad que les ofrece el sector.

Hay un problema que se arrastra desde hace tiempo de rentabilidad, pero también hay otro de valoración más allá de nuestras comarcas y el resultado es que la empresa familiar agraria va dejando paso a explotaciones latifundistas y a la ganadería intensiva o simplemente al abandono con el paso de los años. Y parece que en Madrid o en Barcelona nadie quiere verlos enfrascados en discusiones bizantinas y sin darse cuenta de que quien está en peligro de extinción es el payés y la explotación tradicional del campo. Y cuando no haya remedio, llegarán las lamentaciones.

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