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Institutos de Lleida ya han comenzado a regular el uso de la inteligencia artificial (IA) en la docencia y el aprendizaje, ya sea elaborando guías propias o bien organizando formación para los profesores. En el Josep Lladonosa, uno de sus docentes, Jacint Llauradó, ha creado una guía “para una implementación responsable y eficaz” con consideraciones tanto para educadores como para alumnos. Precisó que todavía no están aplicando la IA en clase porque antes quieren consensuar la guía de uso con el claustro. Defendió que esta tecnología es una oportunidad para impulsar las habilidades creativas, reflexivas, críticas y éticas. La guía apuesta por incorporar la IA para ofrecer actividades de aprendizaje pero avisa de que la información que ofrece no siempre es actualizada ni precisa y aboga por un uso “ético y responsable”. En este sentido, Llauradó mostró su “preocupación porque la IA no es un instrumento más, sino que permite la generación de contenido que da un producto final y eso puede tener un gran impacto en el sistema educativo”, sobre todo en la evaluación de los aprendizajes de los alumnos. Alertó del “reto” que esto supone porque una parte de la evaluación de cada asignatura, sobre un 30%, se centra en la capacidad de producir contenidos, es decir, trabajos, redacciones o resoluciones de problemas que los estudiantes elaboran en sus casas “y esta tecnología puede incidir en ello”. Por esta razón, remarcó que la IA se debe usar para la producción de “contenidos intermedios, que necesiten más desarrollo” por parte de los alumnos. Llauradó tiene toda la razón y al igual que sucedió hace años con la incorporación de las calculadoras a las aulas y más tarde la tecnología digital e internet y, por supuesto, los móviles, el problema no está en el medio sino en su uso. La inteligencia artificial deberá superar los mismos riesgos que todos los avances tecnológicos de la humanidad, controlar el medio y sobre todo el fin con que se emplea. Sus posibilidades positivas son infinitas pero su peligro, también.

El catalán en Aragón

Asegurar, como hizo ayer el presidente de Aragón, Jorge Azcón, que en su comunidad no se habla el catalán es un negacionismo de la realidad comparable a quienes han negado la covid, el cambio climático o que la Tierra es redonda. En la Franja se habla catalán desde hace siglos, al igual que el aragonés, y empecinarse en desamparar la protección de estas lenguas como pretenden los actuales dirigentes de esta autonomía es del todo incomprensible. Bastante daño ha hecho la política partidista a la buena vecindad que siempre han tenido ambas comunidades, que compartieron Corona y diócesis, para echar más sal en la herida.

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