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El periodismo como un instrumento diario de explicar todo aquello que ocurre en el entorno más próximo nació, como tantas otras cosas, primero en Inglaterra en 1702, y el periódico se denominaba Daily Courant. Tenía una línea editorial neutra y pronto, tanto monárquicos como republicanos, comenzaron a ver en los diarios un instrumento de propaganda, política y publicitaria que se extendió por toda Europa. La prensa y posteriormente la radio, la televisión y evidentemente ahora los medios digitales o plataformas tienen como principal interés y finalidad hacer llegar a la ciudadanía cualquier evento, avance, opinión o actualidad que puede ser del interés de una comunidad. Todos sabemos que la objetividad al cien por cien es muy compleja porque cada grupo editorial e incluso cada periodista al transmitir el mensaje usa palabras que no son inocuas del todo. Pero lo sagrado del periodismo, desde aquel siglo XVIII en que tomó forma hasta el día de hoy, es que los hechos son sagrados y toda información debe ser escrupulosamente ajustada a la verdad y contrastada. Los medios tienen la obligación de controlar la propaganda que siempre emana del poder, pero este control ha de ser siempre escrupuloso y verídico, porque si la finalidad del medio sirve a otro interés que no sea el de sus lectores, la profesión queda desvirtuada y se convierte en otra cosa. Hemos vivido episodios de seudoperiodismo en otras ocasiones, sobre todo con la irrupción de la telebasura y la prensa amarilla, pero los niveles de sesgo a los que hemos llegado en la actualidad no tienen precedentes. Publicar bulos o noticias inventadas, usando informes policiales teledirigidos, como se ha hecho mil y una veces con el “caso Catalunya” de acoso al independentismo, cuentas falsas en Venezuela, como se ha hecho con Podemos, y ahora tráfico de influencias con Begoña Gómez, la esposa del presidente Sánchez, es cualquier cosa menos periodismo. El círculo es el siguiente: primero se inventa una noticia y se publica en medios afines que la difunden sin ningún escrúpulo. Luego se acude a un juez amigo para que abra una investigación. Pasó con Xavier Trias y Artur Mas, Mònica Oltra, Pablo Iglesias, Irene Montero, etc., todo quedó archivado porque ya no había nada desde un principio, pero la finalidad perseguida, destruir la carrera política de cualquiera que amenace el statu quo de los que verdaderamente mandan, aunque no hayan ganado las elecciones, ya está lograda. El presidente del Gobierno español es ahora su víctima y, por la carta difundida el pasado miércoles, tienen otra victoria en la palma de su mano, pero otros lo sufrieron antes y muchos miraron hacia otro lado, todo hay que decirlo. Sería una lástima que también ganasen ahora porque solo plantándoles cara a todos los demócratas, el estado español podrá dejar atrás a sus poderes fácticos y salvar la res pública.

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