No somos territorio. Somos país
Fue emocionante ayer la imagen de una amplísima mayoría de diputados del Parlament puestos en pie para ovacionar a los numerosos alcaldes de pequeños pueblos que celebraban la aprobación del Estatut dels Municipis Rurals. En esos alcaldes había dignidad, autoestima y una gran decencia. Han impulsado una la ley que favorecerá a 130.000 personas de 203 municipios de Lleida de menos de 2.000 habitantes –608 en el conjunto de Catalunya–, muchos de ellos de menos de 500, un 40% de los cuales no tienen tiendas, bares ni por descontado oficina bancaria. Hay que tener una gran capacidad de iniciativa para lograr una norma como esa, que se traducirá en ayudas fiscales, mejoras en educación, sanidad y transporte y otras medidas para revitalizar unos pueblos cada vez más envejecidos que son el alma del país. No del territorio; del país. Tenemos que recuperar el lenguaje. No sucumbir a palabras muertas. No somos territorio. Somos gente que ama la tierra. Francesc Canosa ha incidido en la ambición con la que debemos mirar el mundo y ha dado ejemplo con la dirección de la revista Horitzons, en cuyo último número aparecía una entrevista a un violinista de élite que lleva 15 años en Manhattan y halla la paz en el pequeño pueblo de El Talladell, del que procede su familia materna. La excelencia, la ambición y la autoestima, como ejemplo, las mismas que explican que alcaldes de micropueblos lograran ayer una votación histórica para aprobar una ley única que reconoce la particularidad de estas poblaciones y la necesidad de dotarlas de una financiación singular. Han sido demasiados los leridanos que, durante muchos años, han cambiado de acento cuando se han ido a vivir a Barcelona. En muchas ocasiones esas personas han querido autojustificarse alegando que su prolongada estancia en la capital catalana explicaría su cambio de acento porque de otra forma se convertirían en autistas lingüísticos, pero eso no es verdad: prácticamente nunca hemos visto a alguien con acento oriental que se pase al occidental a pesar de haber vivido durante décadas en Lleida. Cualquiera que repase entre sus conocidos hará una larga lista en pocos minutos. La patria no es la infancia; es esa adherencia identitaria que tenemos en el paladar y llamamos acento. No cometamos alta traición. Si perdemos la lengua que nos enseñó la madre, lo perdemos todo, decíamos el otro día aquí, citando a Josep Pla. Actuemos con el desparpajo del comunicado del ayuntamiento de Sant Llorenç de Morunys que se ha hecho viral y que también citábamos en el diario, en este caso en el Privado de ayer. Hay un campanario que toca cada cuarto de hora, gallos que cantan y rebaños que pastan cerca del monte, y el turista que no respete esto ha llegado al sitio equivocado. Siempre puede ir a esa Barcelona que un día los barceloneses decidieron vender a un turismo que los ha echado.