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El nuevo curso escolar arranca mañana con menos alumnado (las comarcas de Lleida pierden un total de 316 estudiantes), pero con aulas más diversas y complejas, lo que vuelve a poner sobre la mesa una evidencia incómoda: el sistema educativo acumula más de una década de retrocesos. Las pruebas de competencias básicas, los informes TIMSS y PISA y las evaluaciones de la propia conselleria de Educación coinciden en el diagnóstico: demasiados alumnos no alcanzan un nivel mínimo en comprensión lectora ni en matemáticas, mientras que los que destacan son cada vez menos. El pedagogo Gregorio Luri lo formuló con crudeza en una de sus últimas visitas a Lleida: “Estamos produciendo más deficiencia que excelencia”. Y lo que es más grave, esta dinámica afecta sobre todo a los alumnos de entornos más pobres, aquellos que más necesitan que la escuela sea motor de equidad. Rebajar la exigencia no protege a estos menores, los condena, porque el ascensor social de la educación, que hasta hace unas pocas décadas funcionaba, se ha quedado atascado. El debate sobre si conviene revisar la ESO y acercarse de nuevo al modelo de la EGB por el que han apostado algunas comunidades autónomas respondería a esta preocupación y no a una cuestión de nostalgia. Ya en 2001 SEGRE hizo un experimento con 125 alumnos de segundo de Bachillerato de tres centros de la capital, a los que hizo preguntas genéricas sobre cultura que ponían de manifiesto que hace casi un cuarto de siglo los estudiantes ya llegaban muy verdes a la universidad. Tres de cada cuatro jóvenes no eran capaces de dar el nombre de ningún escritor leridano y más de un 83% no sabía quién fue Leandre Cristòfol ni a qué se dedicaba Ricard Viñes (pese a la escultura con piano de cola incluida que había en ese momento en la céntrica plaza a la que da nombre el músico). Aunque se tratara de una encuesta sin base científica, sí que evidenciaba una tendencia que no ha hecho más que agravarse. No ayuda a mejorar resultados (ni entonces ni ahora) que Catalunya dedique 5.465 euros por alumno, por debajo de la media española y muy lejos de la europea, con países como Finlandia que llegan a los 8.000 euros. Estamos estancados en los niveles de inversión de 2009, cuando la complejidad social y educativa actual es mucho mayor. Pretender mejores resultados con recursos menguantes es sencillamente ilusorio. Si queremos un país con futuro, necesitamos una apuesta firme por la educación: más recursos en las aulas de mayor complejidad, más apoyo a la lectura en Primaria, más formación (y evaluación) docente y, sobre todo, más ambición política. No podemos seguir normalizando la caída de resultados ni escudarnos en discursos autocomplacientes. La verdadera igualdad de oportunidades solo se garantiza desde la exigencia académica y desde una financiación que esté a la altura del reto.

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