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El presidente de EEUU, Donald Trump, y el de Israel, Benjamin Netanyahu, presentaron el lunes un plan de paz con 20 puntos para poner fin a la masacre en Gaza. De entrada, nada invita a confiar excesivamente en una propuesta de dos líderes que han demostrado sobradamente que no se mueven por motivos humanitarios y que en más de una ocasión han anunciado públicamente que proyectaban convertir este territorio palestino en un resort turístico de lujo. La iniciativa, no obstante, ha sido bien recibida por la Unión Europea –incluida España, uno de los países que más se ha significado en sus críticas a Israel–, el Reino Unido y por la mayoría de países árabes de la zona. Además, algunos medios señalaban ayer por la tarde que Hamás estaría dispuesto a estudiarla. De hecho, varios de los puntos de este plan parecen razonables. El primero es el final inmediato de la guerra si todas las partes están de acuerdo con ellos. Otro es que Gaza sea una zona libre de terrorismo, con la consiguiente desactivación de las milicias de Hamás, concediendo a sus miembros la amnistía en caso de que depongan las armas o facilitando que puedan irse a otros países si así lo desean. También prevé el envío inmediato de ayuda para la población palestina, la renuncia de Israel a anexionarse este territorio o el despliegue de una fuerza internacional para garantizar la seguridad y entrenar y dar apoyo a fuerzas policiales autóctonas. Asimismo, el penúltimo punto abre de forma explícita la posibilidad de que pueda haber un estado palestino, al señalar que “cuando el programa de reformas de la Autoridad Palestina esté desarrollado fielmente, podrían darse las condiciones para una senda creíble a la autodeterminación y la estatalidad, que reconocemos es la aspiración del pueblo palestino”. Precisamente, la credibilidad de esta propuesta ya quedó en entredicho ayer mismo cuando el propio Netanyahu negó que el documento incluya la posible creación de este nuevo estado, a pesar de lo que está escrito en él. Otra cuestión que invita a dudar del mismo es su punto de partida, ya que el presidente de EEUU actúa como los monarcas absolutos del siglo XVIII, cuyo lema era “todo para el pueblo pero sin el pueblo”, decidiendo unilateralmente lo que cree que necesitan los palestinos sin negociar previamente nada con ellos. Este enfoque queda fielmente reflejado en el décimo punto, que indica que “Trump creará un plan de desarrollo para reconstruir y revitalizar Gaza mediante la convocatoria de un grupo de expertos que han ayudado a nacer a algunas de las ciudades milagro más prósperas de Oriente Próximo”. En resumidas cuentas, que se hará lo que quiera él. Así pues, este plan de paz tiene algunos aspectos positivos, pero también otros que no lo son en absoluto, y su filosofía refleja la personalidad de su principal impulsor, por lo que hay razones que invitan al escepticismo.

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