Cómo acabar con el ‘bully’ Trump
Decíamos ayer en este espacio que hay que cortar de raíz los casos de suicidios por bullying entre adolescentes, y así es: las personas que se concentraron esta semana ante el Congreso para exigir medidas, incluidos los familiares del adolescente que se quitó la vida en Almacelles, tienen toda la razón del mundo porque un solo suicidio por acoso escolar es una derrota sin paliativos del conjunto de la sociedad. Esto vale para las decenas de casos que se producen cada día en escuelas e institutos del país, y también para ese bullying planetario que ejerce desde hace un año un señor llamado Donald Trump. Porque eso es lo que es, entre otras muchas cosas, y ninguna bonita, el actual presidente de los Estados Unidos. Un bully. Un simple matón que actúa con vergonzosa impunidad. Para la historia de la infamia quedará la imagen de Trump y Vance intimidando a Zelenski. Europa ha aceptado sin rechistar que el presidente norteamericano imponga sus exigencias, incluida la cesión del 5 por ciento del PIB a gasto militar, que solo ha rechazado Pedro Sánchez. Todo el mundo padece los caprichos de este todopoderoso bully, incluidas algunas grandes empresas norteamericanas que han sufrido las consecuencias de los aranceles a China o las firmas farmacéuticas, uno de cuyos ejecutivos se desmayó el pasado viernes en el Despacho Oval mientras Trump anunciaba una rebaja en el precio de los medicamentos. Podríamos decir, frivolizando el asunto, que esperamos que Trump no lea el reportaje que publicamos hoy sobre tierras raras en el Pirineo, no vaya a ser que nos convierta en objetivo de sus delirios, pero ocurre que no es este un asunto con el que se pueda frivolizar precisamente: ahí están las increíbles ejecuciones en alta mar de supuestos narcotraficantes venezolanos sin juicio alguno. Estamos hablando de simples y puros asesinatos porque evidentemente lo que diga o deje de decir Trump no debería ser prueba de nada en ningún país democrático, pero en estos momentos vemos cómo en Occidente ocurren estas barbaridades y no pasa nada. Esta semana, sin embargo, una noticia ha aportado un poco de luz. El acceso a la alcaldía de Nueva York de un joven musulmán llamado Zohran Mamdani muestra el camino a seguir para discutir a Trump. Mamdani se declara inmigrante y socialista, unas identidades étnica e ideológica que quiere reivindicar. Puede que las medidas que ha anunciado sean populistas, pero en el supuesto de que lo sean (no lo serán si las cumple) se trataría de un populismo que apunta hacia arriba, no hacia abajo como lo hace el de Trump. No es desde luego para tirar cohetes porque el perfil de Nueva York no es el del conjunto de Estados Unidos, pero la energía y el orgullo de Mamdani son un buen ejemplo que pueden servir contra el matón del instituto de la esquina y el que provoca desmayos de ejecutivos farmacéuticos en el Despacho Oval.