Victoria escénica, fracaso de guion

NO TE PREOCUPES QUERIDA

El matrimonio formado por Alice (Florence Pugh) y Jack (Harry Styles) vive una idílica vida de paz y hedonismo en una comunidad experimental y utópica de 1950 conocida como Victoria. En ella, los hombres trabajan para el Proyecto Victoria, una iniciativa corporativa de alto secreto dirigida por el director general Frank (Chris Pine), quien también hace a su vez de coach motivacional. Todo parece ir bien hasta que Alice empieza a detectar misteriosos signos de que algo siniestro se oculta tras ese escenario de ensueño, lo que la llevará a cuestionarse tanto su papel de mujer sumisa y sin aspiraciones como hasta qué punto es todo una gran farsa.

El thriller psicológico de Olivia Wilde (Súper empollonas), que aterrizó en el pasado Festival de Venecia envuelto en multitud de polémicas y salió bastante perjudicado por la crítica, sigue la estela de aquellas películas de los 90 que pusieron en duda los cimientos de ese radiante imaginario colectivo que es la sociedad norteamericana. Desde obras como El show de Truman (1998) o Matrix (1999), en las que la mera realidad era una simulación, hasta trabajos más recientes como la serie Bruja Escarlata y Visión (2021), en la que se aborda además el conflicto con el sistema patriarcal y conservador frente al progresismo y al feminismo, nos encontramos ante una fábula social contemporánea que, en la mayor parte de la película, está mucho más obcecada en plasmar esa escena artificial que en desarrollar la propia crítica de la misma. La sociedad de No te preocupes querida parece más formada por maniquíes animados que no por personas con emociones, e incluso podemos llegar a asemejarla al ecosistema propio de una secta dirigida bajo la batuta del director general Frank, sobre todo con las constantes repeticiones del mantra “There is beauty in control.

There is grace in symmetry. We move as one”.La interpretación de Pugh es, sin lugar a dudas, uno de los fuertes de la película, sin menospreciar la de Styles, en contraposición con la frustración que puede llegar a sentir el espectador con un lento desarrollo del guion –firmado por Katie Silberman (Súper empollonas, ¿No es romántico?)– más preocupado por el acabado estético que no por los –más que predecibles– vuelcos de la trama ni el –algo ridículo– remate catártico de una historia que podría haber sido algo mucho más memorable.