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El auge del narcotráfico de marihuana sacude Catalunya: “no estamos ganando”

Los Mossos alertan de la expansión del crimen organizado y del incremento de la violencia en torno al cultivo y tráfico de esta droga, que se consolida como puerta de entrada en el mundo delictivo para muchos jóvenes.

Un Mosso analizando el nivel de THC de una plantación de marihuana desmantelada en La Seu de Urgell en el 2023.

Un Mosso analizando el nivel de THC de una plantación de marihuana desmantelada en La Seu de Urgell en el 2023.Gianluca Battista

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Guissona

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Los Mossos d'Esquadra empezaron a poner el foco en el cultivo de marihuana el año 2017, y desde entonces han redoblado esfuerzos por evidenciar lo que ya es una realidad preocupante: Cataluña ha pasado de ser territorio de paso a convertirse en una de las principales productoras de Europa. Según el subinspector Albert Llena, jefe del área central de análisis de los Mossos, este fenómeno va ligado a una subida generalizada del tráfico de drogas y a la entrada masiva de jóvenes sin antecedentes en este sector.

Sólo el año pasado, la policía catalana intervino más de medio millón de plantas, desmanteló 400 plantaciones y detuvo a 2.000 personas. Pero la organización de los traficantes, que funcionan como auténticas empresas, va un paso por delante. El crimen organizado no sólo controla las cosechas de marihuana, sino que reinvierte los beneficios en otras sustancias como la cocaína y el hachís. Además, han conseguido asentarse en barrios vulnerables como La Mina o la Fuente de la Pólvora, donde la droga ha sustituido buena parte de la economía legal, generando enfrentamientos, tiroteos y desafíos abiertos a la autoridad.

La sofisticación del negocio también ha cambiado al modelo de producción. Les plantaciones interiores, más discretas y rentables, ya son mayoritarias. Con la ayuda de la tecnología domótica y entonces con altos niveles de THC, el cultivo se hace en pisos, naves o casas alquiladas a nombre de testaferros. Este perfeccionamiento ha ido acompañado de un aumento alarmante de la violencia: trampas, armas de fuego e incluso sicarios son utilizados para proteger las cosechas o asaltarlas. El año pasado se intervinieron 445 armas, 21 de las cuales de guerra.

Delante de este escenario, Llena reclama una respuesta global. Reconoce que la solución no puede ser sólo policial y apunta a la necesidad de abordar la problemática desde el ámbito social, médico y legislativo. “Hay que ofrecer salidas reales a los jóvenes antes de que acaben en este mundo”, concluye al subinspector, alertando de que el fenómeno está lejos de desaparecer y exige un esfuerzo colectivo urgente.

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