SEGRE
Pepito Alòs

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«Tuvimos que sacar a los huéspedes por el tejado»

Antonia Cortés

BALAGUER

Antonia Cortés tenía un hotel al lado de la Banqueta, donde actualmente está el Hotel Balaguer. Recuerda que su hijo la llamó el domingo para decirle que la cosa iba en serio y que no se moviera de casa. “Poco después el agua empezó entrar por el lavabo del sótano, inundando completamente la discoteca que teníamos”, recuerda Cortés, que afirma que aquello “parecía una olla de coles hirviendo”. “El río subió muy rápido y cuando se desbordó inundó también la planta baja, llegando el agua hasta el primer piso”, explica Cortés mientras recuerda cómo tuvieron que sacar a sus huéspedes por el tejado para resguardarlos. “El hotel daba a la calle D’Avall, y debido a que en la Banqueta había muchas corrientes era imposible salir de otro modo del edificio”, asegura. “La ciudad quedó muy mal, el barro superaba el metro en muchos lugares y hubo mucha gente que tuvo que volver a empezar de cero”, dice Cortés, que recuerda también al entonces presidente de la Generalitat Jordi Pujol tomando un café en el bar del hotel durante una visita en Balaguer para ver los destrozos de la riada.

«Estábamos alerta por si reventaba la presa de Oliana»

Salvador Balaguer

Ponts

Salvador Balaguer, vecino de Ponts y exalcalde del municipio, asegura que “las consecuencias de la riada fueron muy desagradables”. “En nuestro municipio perdió la vida un joven, un drama, puesto que las pérdidas materiales se recuperan, pero una vida no”, afirma Balaguer, que añade que “el río fue aumentando su caudal hasta desbordarse y toda la huerta de Ponts quedó sumergida en agua”. Junto al chico de Oliana que falleció en Ponts ahogado por la crecida del Segre estaba su compañera Susana, una joven de 20 años que no pudo ser rescatada hasta que amaneció al día siguiente. “El peor recuerdo de esa noche fue escuchar los gritos de auxilio de esa chica en medio de la oscuridad”, explica Balaguer, que afirma que “teníamos una lancha preparada para ir a buscarla, pero sin visibilidad era imposible intentarlo”. Por otra parte, Balaguer recuerda cómo crecieron los rumores que la presa de Oliana podía colapsar. “La gente estaba preparada por si hacía falta evacuar el municipio, pero afortunadamente no fue así, aunque sí que hubo gente que tuvo que abandonar sus casas”, recuerda. Cabe destacar que el Segre a su paso por Ponts llegó a superar los 500 metros por encima de su lecho fluvial, y que pasaron muchos días hasta que volvió a su cauce una vez disminuyó el caudal. “Todos los riegos desaparecieron y hubo un gran esfuerzo colectivo para volver a la normalidad”, asegura Balaguer

«Balaguer quedó partida en dos y muchos lo perdieron todo»

Pepito Alòs

Balaguer

“Balaguer quedó dividida en dos debido a la crecida del río, y puedo asegurar que no estábamos prevenidos para lo que se nos vendría encima”, asegura Pepito Alòs, vecino de Balaguer que durante las inundaciones de 1982 tenía 54 años. Alòs, que es hijo de payeses y trabajó como jornalero gran parte de su vida, recuerda que cuando el río se desbordó no se podía cruzar por ningún lado, y que para mucha gente ese día significó “volver a empezar de cero”, puesto que el agua y el barro causaron estragos tanto en negocios como en viviendas. “Mi cuñado tenía una granja y todos los animales murieron, y como él, muchas más personas lo perdieron todo”, asegura Alòs, que añade que “la gente que vivía cerca del río tuvo que correr, y en la subida de la plaza Mercadal, en el lado de la Banqueta, el agua llegó hasta la mitad, aunque afortunadamente no se lamentaron pérdidas hu-manas en Balaguer”. Asimismo, Alòs recuerda que “desde ese día siempre decimos que a la la vora del riu no t’hi facis el niu”. En este sentido, recalca que la subida del Segre fue muy rápida y que bajaba con mucha fuerza. “El agua arrastraba materiales, muebles, troncos y animales, tanto vivos como muertos”, rencuerda, mientras que afirma que “tuvieron que sacar las barandillas del Pont Nou para que el agua pudiera correr y así no se rompiera la infraestructura”. En cuanto a la respuesta de la población, Alòs remarca que entonces eran todos balaguerins y se conocían por el renombre de la casa, y que hubo una gran ola de solidaridad entre los vecinos para volver a la normalidad lo antes posible. “Tengo grabada en la cabeza la imagen de cientos de personas con cubos y palas sacando barro de las casas, fue una cosa nunca vista por nosotros ni repetida hasta el momento”, concluye Alòs.

«Teníamos que sacarnos las castañas del fuego, Aran estaba muy aislado»

Pau Perdices

VIELHA

“Por aquel entonces la Val d’Aran estaba aún bastante aislada y éramos conscientes de que recibiríamos poca ayuda de fuera”, explica Pau Perdices, exalcalde de Vielha y que en 1982 era bombero voluntario. Vielha fue uno de los municipios más afectados de la Val, ya que estuvo 3 días sin agua corriente y se derrumbaron dos casas junto al río Nere, uno de los afluentes del Garona. “En el barranco de Casau se concentró la mayor parte de la lluvia y una parte del municipio quedó completamente inundada, aunque las necesidades básicas estuvieron siempre cubiertas”, recuerda Perdices, que destaca el trabajo de José López Munuera, entonces jefe de los bomberos así como su fundador, como el coordinador de la ayuda en la zona. En este sentido, Perdices recuerda que entonces no había una estructura de la Generalitat ni existía el Conselh, y que la poca ayuda que recibieron fue por parte de Francia, en concreto el helicóptero ligero Alouette, que a menudo venía a hacer rescates a la zona

«El nivel del agua subía un palmo cada 15 minutos»

Pere Molins

Arfa (Ribera d'Urgellet)

“Estábamos muy nerviosos todos, el agua era imparable y el nivel no paraba de crecer, subía un palmo cada 15 minutos e iba cubriendo las escaleras de entrada a mi casa ante nuestra mirada impotente”, explica a este diario Pere Molins, hijo del Molí d’Arfa, que entonces vivía allí junto con sus padres y hermana. Este vecino recuerda que el agua no paró de subir hasta que “mojó las vigas del primer piso”. El taller, donde su familia molía el grano para hacer harina y donde tenían las máquinas para trabajar el hierro, quedó cubierto. “Acudieron vecinos a ayudarnos a sacar algunas máquinas pequeñas, que cargamos en un tractor y subimos a la parte alta del pueblo, pero la mayoría las perdimos o tuvimos que pasar un mes entero limpiándolas de lodo”, explica. La familia de Molins se resistía a abandonar su casa durante la catástrofe, pero los vecinos, que vieron el peligro, les obligaron a marchar y les alojaron durante los dos días siguientes. El agua también arrasó las obras del polideportivo nuevo de Arfa, que estaba a punto de ser inaugurado y se tuvo que volver a construir.

«Las tapas del alcantarillado saltaban por la presión»

Antonio Capdevila

Lleida

Antonio Capdevila vivió las inundaciones en la ciudad de Lleida como bombero del ayuntamiento de Lleida. Recuerda que cuando saltaron las alarmas en la capital de Ponent la noche del domingo, él y sus compañeros cogieron un altavoz y recorrieron la zona baja de Pardinyes en coche para pedir a los vecinos que desalojaran la zona. “Mucha gente no nos hizo caso, y esa misma madrugada empezamos a recibir llamadas de gente que necesitaba ayuda”, explica Capdevila, que añade que “en Lleida no hubo miedo, pero sí que se respiraron muchos nervios, ya que hubo muchos destrozos materiales”. Este bombero jubilado, que por aquel entonces tenía 36 años, recuerda que la zona de Rambla Ferran se hizo intransitable en pocas horas. “Las tapas del alcantarillado comenzaron a saltar por la presión del agua, y cuando el río se desbordó tuvimos que dejar el camión aparcado en la bajada de la calle de L’Audiència para poder movernos por la zona en barca”, recuerda. Él es una de las personas que aparece en la icónica imagen de los trabajadores de SEGRE saliendo en barca de la redacción, que por aquel entonces se encontraba en la Rambla Ferran. “No pudimos encender el motor de la barca porque había coches sumergidos en el agua y no los veíamos”, afirma Capdevila, que asegura que una vez pasó la tormenta, los vecinos de Lleida estuvieron limpiando las calles y plantas bajas de barro y restos de la riada durante más de dos semanas. “Pudo haber sido peor”, concluye

«Fue un milagro que aguantaran toda la noche encima del tejado»

Ventura Solans

Montferrer i Castellbò

“No nos lo creíamos. Pasaban las horas y ellos continuaban en el tejado, fue un milagro porque estábamos seguros de que la fuerza del agua arrasaría la nave”. Así lo recuerda Ventura Solans, marido de Maria Castells, una de las cinco personas vecinas de Montferrer que pasaron la noche del 7 de noviembre subidas al tejado de la Granja Navas, una explotación de animales situada junto al cauce del Segre. Recuerda que eran las siete de la tarde cuando su mujer, temiendo que podía llegar una avenida de agua, fue a ayudar a sus vecinos a proteger a los cerdos. “Pasó todo muy rápido y a las 8 de la tarde el agua ya llegaba al tejado de uralita de la nave, a unos tres metros de altura”, dice. A las nueve de la mañana del día 8, un helicóptero francés, movilizado “gracias a las gestiones de mosén Nemesi Marqués, secretario del obispo de Urgell”, les rescató después de “una noche de terror”. “Se salvaron de milagro y fue muy emotivo porque estábamos todos esperándolos al otro lado del río”, concluye

«Salimos de casa subidos a una pala mecánica»

Aurora Jové

La Granja d'Escarp

Aurora Jové, vecina de La Granja d’Escarp, a sus 91 años recuerda la riada de 1982 a la perfección. El agua inundó los bajos de su casa, aunque por suerte no alcanzó los pisos superiores. “Mi hija y su familia vivían arriba. Se fueron a casa de otros familiares el domingo por la noche, cuando se recomendó desalojar la avenida de Lleida”. Esta calle, así como los bloques Sant Sebastià, están en la parte baja de la población, a menos de un kilómetro de la confluencia del Segre y el Cinca. Aurora y Josep, su marido, decidieron quedarse en casa. “No nos quisimos marchar porque no pensábamos que la riada iba a ser tan importante. Nunca habíamos visto nada igual, no lo esperábamos por nada del mundo. Mi marido no se lo creía”, afirma. Hacia el mediodía del lunes el agua ya había subido más de un metro y la Guardia Civil ordenó el desalojo. “Un trabajador de la gravera tuvo que venir con una pala mecánica para recatarnos. Bajamos a la calle por nuestros propios medios, pero el agua nos cubría hasta la cintura, por lo que subimos en la pala y nos salvamos”, recuerda esta vecina de La Granja.

«No nos dejaban cruzar el puente de Seròs, pero teníamos que hacerlo»

Josep y José A. Balcells

Seròs

“Fueron unos días muy intensos, no había descanso”. Josep Balcells y su hijo, José Antonio, recuerdan la semana del 8 de noviembre de hace 40 años como una de las más duras en su granja de Seròs, que explotan junto al hermano de Josep y su hijo. Se encuentra en la ribera del Segre, pero en la punta de una colina a unos 60 metros de altura, por lo que no se llegó a inundar. “Tuvimos que cruzar el puente cuando anunciaron que lo iban a cortar, el lunes al mediodía. El agua aún no lo cubría y necesitábamos llegar a nuestra granja, que está al otro lado de río del pueblo, para intentar salvar la vida de los animales en caso de que la riada hubiese sido mayor”, indican. “El temporal del día anterior nos levantó una parte del tejado, y también lo teníamos que arreglar”, añaden. Cuando intentaron cruzar el Segre por el puente de Seròs, la Guardia Civil trató de impedirles el paso. Después de un breve enfrentamiento y unos momentos de tensión, los agentes les permitieron cruzar. “Teníamos que llegar al otro lado del río de la manera que fuese para proteger al ganado. En total, pasamos dos noches en la granja. Aún con todo, tuvimos buena suerte. Otras granjas del pueblo se inundaron completamente, y muchos animales murieron”.

«El ruido durante toda la noche fue aterrador, fue muy duro»

Miquel Alart

El Pont de Bar

“Fue una de las noches más largas de mi vida, el ruido era muy fuerte, daba mucho miedo, era aterrador”, explica Miquel Alart, vecino del desaparecido pueblo de El Pont de Bar, en el Alt Urgell. Él tenía entonces 25 años. Recuerda que la tarde del domingo día 7 se fue a bailar a la Sala Guiu. “No paraba de llover y el río había crecido, pero no era la primera vez que lo veía y nadie pensaba que pasaría la desgracia que acabó pasando”, afirma. A las 21 horas todavía estaba en La Seu y recuerda que le explicaron que el agua se había llevado el puente de Alàs. “Pensé que la cosa iba en serio y me fui para casa”, cuenta. Cuando llegó al pueblo, todos los vecinos se habían refugiado en el cuartel de la Guardia Civil, en la parte alta del pueblo, donde pasaron toda la noche. También trasladaron a los animales para resguardarlos del peligro. “La noche fue muy dura, de vez en cuando bajábamos a la parte baja, con linternas, y por el ruido intuíamos cómo el agua se iba llevando las casas una a una”, dice, a lo que añade que “la fuerza del agua iba arrancando casas como quien corta trozos de pastel”. De las doce casas que recuerda que tenía El Pont de Bar quedaron en pie la mitad. La familia de Alart se había trasladado tiempo antes a una casa nueva, comunicada con la antigua por un patio. “El agua arrasó la casa antigua”, lamenta. La familia tuvo que mudarse unos meses a vivir al camping del Pont d’Ardaix. Otras familias, recuerda, fueron realojadas en el balneario dels Banys de Sant Vivenç. Unos años más tarde, en 1988, El Pont de Bar renació, unos metros aguas abajo del antiguo, y se construyó en un punto más elevado.

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