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Fui a San Francisco para pisar los escenarios de una de mis películas preferidas, Vértigo de Alfred Hitchcock, pero me reencontré con tres de mis artistas preferidos sin esperármelo: Ellsworth Kelly, William Kentridge y Agnes Martin en el Museo de Arte Moderno. Decidí viajar al Oeste para desconectar de una ciudad, Nueva York, donde no llega nunca la primavera. Fastidiado por el frío, la lluvia y la nieve; mentalmente agotado de unas semanas que me impiden desconectar el iPhone ni un segundo, decidí que era el momento de hacer un viaje que hacía demasiado tiempo que iba aplazando: San Francisco.

Desde las ventanas del BART, el tren que conecta el aeropuerto con el centro de la ciudad (y que los amigos cinéfilos seguramente reconocerán por la maravillosa y dura película Fruitvale Station) la ciudad se ve teñida de color amarillo, talmente un filtro vintage de los que tanto abundan en las aplicaciones de corrección de fotografías en los smartphones. De camino al hotel, el centro de la ciudad está lleno de carteles que recuerdan la celebración del cincuenta aniversario del Summer of Love –el fenómeno social que arrastró a más de 100.000 personas en San Francisco en 1967 y que con el eslogan del “feudo el amor y no la guerra” dio el pistoletazo de salida al movimiento hippy–. Sigo caminando hacia el hotel –siempre en estado de alerta– y me sorprende la cantidad de sin techo que hay en las calles. Los contrastes de las ciudades americanas: la ciudad de Twitter y Apple, donde el precio medio de un alquiler está sobre los 3.500 dólares mensuales, ha forzado a la indigencia miles de sus ciudadanos. Ya en mi habitación hago un google y me encuentro con un especial online del diario de la ciudad, el SF Chronicle, donde definen el problema de los sin techo como la “de una desgracia cívica.”

El sol luce el sábado por la mañana en el barrio de La Misión. En una pastelería mexicana, las paredes y los cristales están pintados con dibujos de Pascua que parecen imitar los colores de los dulces que llenan el escaparate. Allí me encuentro con uno de los escenarios de Vértigo: el cementerio donde Madeleine deposita unas flores mientras Scottie (James Stewart) la espía totalmente enloquecido por la pasión. Las ciudades se descubren andando y ver cómo el Golden Gate Bridge va jugando con el espectador: de parecer una mini escultura de Caldero desde la calle Fulton a levantarse, omnipresente, delante tuyo, después de haber caminado unos 26 kilómetros en sólo medio día. Desde el puente, tocando los cables de acero rojo que lo sustentan, uno nota la tensión de una obra de ingeniería que me captó la atención después de ver el documental The Bridge, donde se explica las vidas de personas que decidieron saltar al vacío.

Una de ellas –aunque el documental no lo menciona– fue Madeleine en una de las escenas más memorables del filme. Talmente el Ophelia de Millais, Novak es rescatada por un desconcertado James Stewart que ve como su querida se hunde en las aguas bajo una de las construcciones civiles más bonitas que he visto nunca.

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