SEGRE

Porteros sin automático

Las comunidades que disponen de servicio de portería tienen escaleras vivas. Los porteros son los anfitriones perfectos que se preocupan por el bienestar general de todos los vecinos. Aunque la gente joven no le vea mucha utilidad, su presencia sigue siendo imprescindible en algunas comunidades. Nos acercamos al oficio de portero en Lleida.

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En la ciudad de Llleida hay una docena de edificios que cuentan con servicio de portería o conserjería. Una cifra que supera el imaginario general, que cree, más bien, que es una profesión obsoleta que sobrevive con los que todavía no se han jubilado y lo harán pronto. La realidad es que hay edificios en los cuales los vecinos no quieren prescindir de las ventajas de tener un conserje y, en otras comunidades, sobre todo aquellas con inquilinos de nueva generación, gente joven, no sólo no ven ventajas sino que encuentran inconvenientes como la posibilidad de ver invadida su privacidad. “La gente que no ha tenido nunca portero acostumbra a tener prejuicios. No invaden la privacidad, forman parte de la familia, puedes contar con ellos para lo que necesites”, explica Carmín, vecina del número 2 de Rambla Ferran, un edificio donde conviven pisos y oficinas. Dolors hace 13 años que se ocupa de esta portería.

La portería se asocia a los hombres, pero en Lleida es un sector gobernado por las mujeres. Hay más porteras que porteros.

Sus tareas principales, como la de todos los porteros, son repartir el correo y los paquetes en las oficinas y en los pisos, ayudar con cualquier cosa para la que pueda ser requerida y mantener la portería limpia. Dolors reconoce que al principio “me daba vergüenza estar en una portería. Aunque soy muy parlanchina, temía no encajar en el ambiente de abogados y despachos varios a los cuales también doy servicio”. Le costó un día que su sonrisa conquistara el que ahora es su reino. “He roto muchos tópicos, de la profesión de portera y de la de abogados”, ríe. Hay, sin embargo, quienes no han superado los prejuicios y ven la portería como un oficio del cual no se sienten lo bastante orgullosos como para reconocerlo públicamente.

TICKETS. La Trini, del Club Ronda, haciendo el ticket de comedor al señor Ignasi.

Otro edificio en el que conviven oficinas y vecinos es el del número 52 de Rambla Ferran. Florencio llegó a la portería hace nueve años después de la jubilación del anterior. “Es más complicado de lo que me pensaba sobrevivir al no tener nada que hacer. Hay muchos ratos muertos, tú tienes que estar aquí, pero tus tareas son las que son y no te ocupan todo el día”, asegura Florencio que limpia la entrada, reparte el correo y atiende cualquier petición de la cuarentena de vecinos. Uno de los comentarios que más escucha es el de “que bien que vives!". “Te ven aquí sentado todo el día y lo sueltan. Pero es difícil pasar el tiempo muerto”, dice.

Muchos conserjes viven en la misma comunidad, en un piso cedido por los vecinos, cosa que representa ventajas e inconvenientes.

Florencio vive en la misma escalera, cosa que ve una ventaja porque "si pasa algo, ya estoy", pero también advierte del peligro de entrar en una situación depresiva teniendo en cuenta que vives y trabajas en el mismo edificio. “Te tienes que obligar a salir a la calle, si no esto se te come”, se sincera. Lo primero que hace a las 8.30 horas es poner música rock y abrir la puerta de la escalera. Si no la abre, nadie externo a la comunidad puede entrar. La escalera del Florencio es la única de las que hemos visitado con servicio de portería que no tiene porteros automáticos. “Los vecinos no los quieren, solamente hay cuatro timbres de despachos y algún vecino que pueden atender pero no abrir. Tienen que bajar hasta la puerta para dejar entrar alguien”, explica. Si alguien quiere hablar con algún piso u oficina sin subir, Florencio puede usar la centralita que tiene una limitación por llamada de dos minutos.

FLORENCIO. Florencio en su portería de Rambla Ferran.

Excepto la de Dolores y Rosa, las otras escaleras disponen de un sistema de llamada interno que funciona como los interfonos pero van de piso a portería. “Te llaman para pedirte cualquier cosa”, explica Miquel, que describe situaciones que ha vivido cualquier portero: un vecino que no encuentra las llaves, personas mayores con algún problema de sintonización de canales de TV o temas un poco más complicados de resolver. Precisamente, conocemos a Joan, portero de Fleming número 2, en medio de una petición de una vecina sobre los canales de la tele. “No se me ve bien la tele, quizás deberías llamar a los de la antena,” dice la señora. Y Joan, cuando todavía la vecina no ha acabado la sugerencia, ya ha marcado el teléfono del técnico y reservado día y hora. Templanza y eficiencia.

MIQUEL. Miquel hablando de los tickets de comedor con una vecina.

Rosa de la avenida del Segre recuerda emocionada como un día auxilió a un vecino que vivía solo y que había sufrido un infarto. “Aquel día no había bajado a leer el diario al sofá de la entrada y sospeché. Cuando subí me gritaba a través de la puerta que no se podía mover y llamé rápido al 112”. Las personas mayores son firmes defensoras del servicio de portería porque se sienten seguras y acompañadas (algunas piden a los porteros que suban a tomar un café de vez en cuando). Rosa heredó la portería de sus suegros, Lisardo y Araceli, que fueron titulares 33 años. “Todo ha cambiado mucho desde entonces. Además que yo no vivo aquí, como ellos, la calefacción, por ejemplo. Cuando se encargaba mi suegro iba con gasóleo y suponía mucho trabajo. Ahora con el termostato es una maravilla”, dice Rosa. En su rinconcito, como en todos, hay un reloj y también una estufa. “No es que haga frío pero tanto abrir y cerrar la puerta se nota”.

ROSA. Rosa se encarga también de la limpieza de su escalera de la avenida del Segre.

Miquel, del Balcón de Lleida, la tiene, sin embargo, cerrada. Cuando lo visitamos justo se dirige a llevar los tickets del comedor a la cocina. En su edificio hay servicio de comedor y para disfrutarde él se tiene que dejar en el buzón de la portería, antes de las 9.30 horas, el ticket correspondiente. “Si no, te quedas sin comida”, dice. Miquel cree que el portero “tiene que ser un manitas, un poco psicólogo y un confesor. No es que tú preguntes, pero te explican las cosas”, señala para dar el vuelco a dicha que los porteros son fisgones|mirones. Detrás del mostrador, Miquel tiene las casillas de los pisos donde deja el correo. Nos llama la atención que en algunas haya, además, unos tapones de plástico misteriosos. “Es una manera para que el vecino de ese piso, cuando pasa, vea que tiene un paquete”, sonríe Miquel hablando de su sistema “de aviso, paquete”. Miquel es portero después de haber pasado las pruebas de selección a las cuales le sometió la comunidad, a él y a 105 aspirantes más. “Esto es una familia de 360 personas, de hecho, hay pueblos con menos habitantes. Es una cosa seria y de responsabilidad ocupar esta portería”. Mientras nos dice eso, Miquel se aleja y abre un tarro de cristal de donde saca lo que parecen gominolas. Al segundo pasa por detrás nuestro Gus, un perro que va directo a la puerta del mostrador y espera la bienvenida dulce de Miquel.

DOLORS. La Dolors de Rambla Ferran repartiendo el correo de la mañana de despacho en despacho.

Los porteros se conocen todas las manías y gustos de los vecinos, incluidos los de las mascotas. Están a todas, son multitarea y tienen ojo de detective, siempre alerta. Esta disposición casi natural a anticiparse a las necesidades de los que entran y salen hace que Trini, la portera del Club Ronda, se levante durante nuestra conversación. Ahora para abrir la puerta a una vecina que viene de hacer la compra, ahora a un técnico que está solucionando un problema de la comunidad, o bien a recibir a un matrimonio que viene del médico y que a primera hora de la mañana la habían dejado bastante preocupada. "¿Ya se encuentra bien?", dice la Trini, que hace siete años que está en la portería pero que antes ya había trabajado de cocinera y camarera en el servicio de comedor de la comunidad. “Los conozco a todos y les quiero como si fueran de la familia”, dice. Y conocer a todos los vecinos es bien difícil porque son unos 300 distribuidos en diferentes núcleos familiares: familias con niños, matrimonios jóvenes, mayores y solteros. Para Trini “eres portera todo el día, dentro y fuera de tu horario”, explica con orgullo. Su sentido de la responsabilidad hace que lleve siempre en el bolso una libreta con todos los teléfonos de los vecinos (y de los hijos de algunos) “por si hay que hacer cualquier gestión y me coge de vacaciones” dice. Trini, Rosa, Dolors,  Florencio y Miquel son solamente cinco de los muchos porteros que todavía quedan en Lleida. Su presencia da vida en la escalera y cohesiona la comunidad, son un punto de encuentro y de fuga para los vecinos.

rasgos característicos del mundo de los porteros

  • Portero o conserje: A la mayoría les es indiferente que les digan de una manera u otra, aunque hay excepciones que distinguen entre el portero, que vive en la misma comunidad, y el conserje, que no.
  • El reloj: Todas las porterías tienen un reloj a la vista. Por una parte es para saber la hora de abrir y cerrar puertas pero, por otra parte, delata una de las cruces de ser portero: pasar el tiempo muerto. Aquel “que bien que vives” que dicen o piensan algunas personas que ven al portero sentado leyendo, mirando el ordenador, haciendo sopa de letras o hablando con los vecinos.
  • La estufa: Aunque tengan calefacción comunitaria, la mayoría de porteros suman un calefactor eléctrico para superar el frío inevitable que entra en la escalera de tanto abrir y cerrar puertas.
  • Llaves: Es habitual que los vecinos den una copia de sus llaves al portero por si pasa cualquier cosa en su ausencia.
  • Psicología y discreción: Como en cualquier trabajo de cara al público, un portero tiene que tener mano izquierda. Escuchar y ser discreto.

JOAN. Joan, portero de una comunidad de Fleming, repartiendo el correo a media mañana, una de sus tareas.

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