ANIVERSARIO
Dialécticas de puños y pistolas
La ultraderecha tuvo presencia en la calle hasta los años 80. El PSUC y CCOO galvanizaban la atomizada oposición antifranquista con el apoyo de la HOAC

Luis Mardones, gobernador civil de Lleida entre el 10 de abril de 1976 y el 25 de julio de 1977. - FONS GÓMEZ VIDAL/ARXIU FOTOGRÀFIC IEI
“Lleida era la única ciudad catalana donde los ultras realizaban una tranquila vida pública”, reseñaba el 1979 la revista Cambio 16 en un reportaje sobre Las otras zonas nacionales, en el que llamaba la atención sobre una inquietante escena: la capital de Ponent era, junto con Sevilla, una de las dos únicas ciudades del Estado en las que esa presencia callejera seguía normalizada con Franco muerto y la transición apuntalada por la aprobación de la Constitución, que tuvo el apoyo de más del 90% de los votos y de casi el 70% del censo.
“La Guardia de Franco y algún otro grupo eran muy activos apaleando activistas obreros y destrozando locales”, explica la historiadora Antonieta Jarne, quien recuerda que “esa escalada de violencia culminó en 1977 con la bomba en la revista El Papus”, colocada por un grupo de ultras leridanos coordinados por Miguel Gómez Benet. La “dialéctica de los puños y las pistolas” acuñada por José Antonio Primo de Rivera acababa de degenerar en terrorismo negro en su versión leridana.
¿Había violencia política en la calle en Lleida en los años 70? Sí, sin duda, cuando el historial incluye dos ataques incendiarios a la librería L’Àncora, del dirigente del PSUC Ventura Margó, y otros tantos a la casa del socialista Eulogio Vallina; el tiroteo de la tienda de discos Orley o, entre otros, los asaltos al local de la Associació Catalana de la Dona o las palizas en la calle a activistas de izquierdas que eran obligados a cantar el Cara al sol.
El concierto de Lluís Llach de diciembre de 1976 en el Teatre Principal, donde sonó L’Estaca, desbordó a la ultraderecha. “La izquierda estaba envalentonada y lo nuestro fue una provocación, pero también un acto de no cobardía”, narra un integrante de aquellos grupos nostálgicos. “Había gente que magnificaba lo que sucedía”, anota, aunque admite que “había callejeros, grupos de matones que se hacían los fuertes”.
Los grupos de derecha y de izquierda coincidían, y con frecuencia colisionaban, en puntos como la zona de bares de Els Vins. “Nos movíamos por los mismos sitios, pero no había zonas delimitadas como en otras ciudades (que servían de refugio y de objeto de razzia). Sí había bares más frecuentados por unos o por otros”, añade.
La ultraderecha mantuvo en los primeros años del postfranquismo buena parte del grado de organización que había tenido antes, y en ciudades como Lleida, donde en la práctica la Guardia de Franco sobrevivió a su propio final en 1977, disfrutó de una impunidad extraordinaria.
Por el contrario, “la oposición al franquismo había sido muy fragmentada y rudimentaria. Estaba atomizada, eran grupúsculos”, recuerda Jarne. Sin embargo, “en los años 60 las cosas comenzaron a cambiar”.
Esos procesos tuvieron su reflejo en Lleida, donde el PSUC (también surgían Reagrupament y el Front Nacional) activó el movimiento vecinal, cuyas luchas emblemáticas fueron la defensa de la plaza del Clot como espacio público frente a la especulación inmobiliaria y la reivindicación del soterramiento de la vía del tren en Balàfia, y dio apoyo para unas CCOO entre cuyos primeros líderes destacaron Antonio Cantano, Antoni Chacón y Gregori Gallego. En este caso, el punto de inflexión lo marcó la huelga de las obras de la autopista, que a partir de enero de 1975 generó un movimiento de simpatía que paró otras empresas. “Creó un radio de movilización y fue un modelo de lucha”, anota Jarné.
En todo ese tejido fue clave la HOAC, la Hermandad Obrera de Acción Cristiana, que facilitó locales e infraestructura al resto de organizaciones.
Cuando Lleida fue un punto neurálgico de la Triple A
Una retahíla de evidencias, entre las que destaca la conexión que supone la reivindicación del atentado con una bomba contra la revista El Papus en 1977 y las posteriores detenciones y condenas por ese crimen, que causó un muerto y 17 heridos, de varios ultraderechistas leridanos, sitúan a Ponent como uno de los puntos neurálgicos de la Triple A, la organización paramilitar Alianza Apostólica Anticomunista, en el periodo que va de la muerte del dictador Francisco Franco a la consolidación de la democracia y la desactivación de los grupos parafascistas. Hay constancia en esa época de la organización en Lleida de campamentos de adoctrinamiento y de uso de armas en los que, además de los ultras locales, era frecuente la de conmilitones de grupos tanto del Estado español como de otros países, caso de los neofascistas italianos de Avanguardia Nazionale, vinculados al movimiento misino y relacionados con varias acciones criminales en España. El gobernador civil de Lleida en esa época, Luis Mardones, fue trasladado a Tenerife en abril del 76, poco después de haber activado una investigación para aclarar la ubicación y el uso de campos de entrenamiento de paramilitares facciosos en el Montsec, que nunca llegaron a ser localizados. También los hubo en el Urgell.