Visca Lleida
Abogado. Doctor en derecho. Profesor asociado d. penal UDL
La primera vez que fui consciente de mi leridanismo (así era como me llamaron entonces: el ilerdense) fue en unas estades de Baloncesto en Colell. Allí a mediados de los años 80, nos reunimos una serie de jugadores de baloncesto de formación y de Lleida acudimos (en taxi) tres. Como quiera que éramos franca minoría con el resto y algunos de ellos se rieron de mí, por mi acento y porque mezclaba el catalán con el castellano, decidí vengarme a “lo lleidatà”.
El primer día nos dejaron claro y en perfecto catalán oriental que no se podía comprar chucherías y que debíamos consumir únicamente lo que nos dieran ahí. Frente a tal aviso y como buen hijo de comerciantes, decidí invertir todo mi acervo económico en la compra de esas golosinas prohibidas y a partir de ese día convertirme en su suministrador, con dos condiciones: la primera, consistió en el previo pago del doble del dulce en cuestión. La segunda, que pudieran acertar su nombre en catalán occidental (bueno, en puro lleidatà) y cuando no había discusión, en castellano. Después de ese episodio, han sido numerosas las ocasiones donde he ido haciendo gala de lo que es ser lleidatà, de la terra ferma. Ser de Lleida es tener la suerte de ser originario de una capital preciosa, rodeada de rincones fabulosos donde viven excelentes personas. Y es que ahí radica el éxito de nuestra ciudad, en sus habitantes, en aquellos que vivimos aquí. No hay nada mejor que pasear o conducir por esta ciudad en invierno (nuestra boira exige tener algo más que el carnet) o la sensación de entrar en casa y poner el aire acondicionado, a tope, en verano –la primavera y el otoño hace tiempo que se quedaron en la Cataluña oriental–. Pero lo que realmente me hacía sentir lleidatà, orgulloso de serlo, es cuando acudía al Camp d’Esports vestido con mi camiseta azul, la que me regaló mi yayo. Cantando con otros miles de vecinos nuestro himno, animando a nuestra querida Unió Esportiva de Lleida. A la real. A la que gestionaba gente de Lleida por amor a Lleida. Y a la que le permitíamos ganar, empatar e incluso perder, pero nunca engañar. A esa institución que nos hizo llorar de alegría en el ascenso a primera división y llorar de rabia por descender al año siguiente, pero nunca de pena. Porque la Unió Esportiva de Lleida nunca nos dio pena. Y en eso noto ahora la diferencia, en que hablo con mis vecinos y todos expresan pena por lo que ven y sucede en el Camp d’Esports. Y es que parece ser que ahí juegan dos equipos de clubes que se encuentran disputando sus partidos en la cuarta y quinta división del fútbol español, un dislate. Dos proyectos todavía amateurs y muy distintos entre ellos y que no tienen nada que ver con la categoría federativa y ciudadana de la Unió Esportiva de Lleida (jamás la vi jugar en esas divisiones) y con los valores que ésta representaba. Pero así está el fútbol de Lleida y a pesar del lleidatà. Suerte que ahora todos juntos nos ponemos la camiseta burdeos y gritamos al unísono: “Força Lleida o Lleida suporters” con orgullo de ser de donde somos y de cómo somos, confiando en aquellos que marcan con paso firme y sereno un proyecto viable y lleidatà para los lleidatans, a eso me aferro mientras recuerdo lo que hice el día que finalizaron mis estades en Colell, donde no había conseguido ganar ni un solo encuentro y mientras el Director repartía los equipos para practicar el 5x5 al finalizar el último entreno –los tres de lleida en el mismo equipo– cogí la pelota de baloncesto y cantando “un pas endavant quan surten al camp” entré a canasta y puse el dos a cero, dándolo por bueno y como resultado final, mientras me alejaba de la canalla con los otros xiquets de Lleida, de nuevo con taxi, con la victoria, la pelota y los bolsillos llenos.