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Probablemente a los más jóvenes el nombre del madrileño Jaime de Armiñán (1927-2024) les sonará más bien poco o nada, salvo, quizá, que dos de sus películas, Mi querida señorita (1971) y El nido (1980), fueron candidatas al Oscar de Hollywood. Sin embargo, para los de mi generación, el escritor, cineasta y guionista fue todo un referente en la incipiente televisión española. Siguiendo el camino que abrió El asfalto (1967) en festivales televisivos internacionales, Armiñán, con su Historias de la frivolidad (1968), también con guion del maestro Narciso Ibáñez Serrador, logró un triplete, nunca jamás igualado, ganando en Montecarlo, Montreux y Milán. Pero es que en casa nos extasiábamos con sus series, todas ellas de enorme éxito, aunque en esos tiempos solo podría verse un único canal en este país, como Confidencias; Tiempo y hora, o dos, raramente repuestas, que vaciaban las calles durante su emisión; Las doce caras de Juan, con Alberto Closas y los signos del zodiaco como eje vertebrador de sus doce entregas; y su secuela, Las doce caras de Eva.

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