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Vaya por delante que Eurovisión ya no es lo que era. Los que tenemos una edad aún recordamos su nacimiento. Se vendió como un concurso musical apolítico al cien por cien, vendiendo la hermandad de los países a través de la música. De aquellas buenas voluntades iniciales ya no queda nada. Primero fueron los guiños vecinales (tú me votas a mí y yo a ti); luego las estrategias geopolíticas, lo mismo pero ensanchando fronteras. Y ahora con países víctimas de agresiones bélicas como foco de atención. Rusia ya no participa. Ucrania ganó el primer año de guerra y este año la “mala” era Israel. Quedó segunda. España se mojó y recibió un tirón de orejas de la UER por sus comentarios propalestinos en las semifinales. En la final colocó un mensaje de conectar. El jurado profesional, parece mentira, le dio un “zero points” a la representante israelí, pero en el televoto (¿cuando lo eliminarán de una vez? ¡Ah, no, que deja mucho dinero en caja!) le dio la máxima puntuación. Eso sí, Melody, flamenca de salida, quedó antepenúltima con un tema francamente mejorable. Eso es fracasar.

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