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COLABORACIÓN

Arabia Saudita tensiona el golfo pérsico

Profesor de ESADE Law School

Arabia Saudita tensiona el golfo pérsico

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Oriente medio es el centro de un gran juego político y económico que afecta a los intereses comerciales y las necesidades energéticas mundiales. La violenta irrupción del Estado Islámico será sofocada en Irak y Siria pero la región seguirá siendo inestable e incapaz de resolver unos conflictos internos también alimentados por las potencias extranjeras. Éstas participan en unos conflictos que arrasan los países y luego se pelean para reconstruirlos. La Administración Trump confirmó el 20 de mayo en Riad un giro diplomático que cerraba la apuesta geoestratégica de Barack Obama, que apoyó el Acuerdo del 14 de julio de 2015 sobre el programa nuclear iraní. EEUU vuelve a su histórica alianza con Arabia Saudita, el líder musulmán sunita. Trump refuerza el rearme saudí con unos colosales contratos de venta de armas olvidando las responsabilidades directas, ideológicas y financieras de los saudíes y de sus aliados en el Golfo en la propagación del terrorismo islamista. Washington actúa así porque considera que el expansionismo iraní en Irak, Siria y Líbano es una amenaza directa para Israel. Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Bahréin rompieron, el 5 de junio, las relaciones diplomáticas y económicas con Qatar. No le secundaron Kuwait y Omán. Una crisis que sacude las relaciones de confianza entre las seis monarquías árabes que constituyeron en 1981 el Consejo de Cooperación del Golfo. Una alianza regional que representa el 70% del PIB árabe y cobija enormes recursos energéticos y financieros, pero, debido a su débil demografía, se siente vulnerable ante Irán y otros vecinos de la región. Pero Riad, miembro del G20, considera la península arábiga como su área natural de influencia, una posición contestada por Qatar, Omán y Kuwait. El cambio generacional árabe, donde destacan los príncipes herederos de Arabia Saudita y Abu Dhabi, impulsa una línea dura respecto a Irán, no compartida por Qatar. Por su parte, Kuwait y Omán juegan, sin éxito, la carta de la mediación internacional. Una división árabe que favorece al Irán chiita que resurge como una sólida potencia regional que sabe canalizar sus tensiones internas mediante un marco democrático que, aunque limitado e imperfecto, no existe en las monarquías wahabitas vecinas. Este clima de tensión interna perjudica la imagen internacional de las monarquías árabes cuando anuncian procesos de reforma y modernización económica. El rey Salman, de 82 años, nombró el 21 de junio como nuevo sucesor al trono saudí a Mohammed Ben Salman (MBS), de 32 años. El joven príncipe ya acumulaba poder como ministro de defensa y artífice del ambicioso programa de reformas económicas Visión 2030, lanzado en abril de 2016. Es un político duro, ahora apoyado por EEUU e Israel, que acusa a Irán de pretender liderar el mundo musulmán con su creciente influencia en Irak, Siria y Líbano y en otros países con población chiita como es el caso de Bahréin. En 2015, MBS propugnó la intervención militar en Yemen, donde continúa una costosa y devastadora guerra contra los rebeldes huthi, apoyados por Teherán. Y el pasado noviembre provocó la dimisión del primer ministro libanés Sad Hariri. En política interior, MBS se presenta como un reformista que pretende corregir la excesiva dependencia de la economía y de las finanzas saudíes de las exportaciones y las rentas petroleras. Se inspira en el modelo promovido por su vecino y amigo, el jeque Mohammed Bin Zayed, príncipe heredero de Abu Dhabi y hombre fuerte de los EAU. El plan Visión 2030 quiere cortar o reducir las subvenciones, instaurar el IVA, diversificar la economía, favorecer el sector privado y las inversiones extranjeras para crear más empleo e incrementar los ingresos no petroleros que corrijan unos déficits fiscales provocados por la brusca caída del precio del petróleo a partir de 2014. Dos tercios de los saudíes siguen trabajando en el sector público mientras el privado precisa contratar a los expatriados, mejor formados, motivados y productivos. Cabe preguntarse si las anunciadas reformas estructurales, incluyendo el anquilosado sistema educativo controlado por los ulemas, son posibles en una sociedad tan cerrada y aferrada al rigor religioso wahabita. Hoy, el 70% de los jóvenes saudíes tienen menos de 30 años y desean vivir en una sociedad más libre, dinámica y abierta al exterior, donde las mujeres también puedan gradualmente asumir un rol activo. Mohammed Bin Zayed respondió anunciando el 24 de octubre que el país evolucionará hacia “un islam moderno, moderado y abierto a todas las religiones, tradiciones y gentes del mundo” para facilitar la necesaria transformación política y social de un país considerado cerrado e intolerante que custodia La Meca y Medina, las dos principales ciudades santas del Islam. Mohammed Bin Zayed demostró jugar fuerte sus cartas cuando el 5 de noviembre inició una purga política de la estructura real saudí, deteniendo y acusando de corrupción a varios príncipes, ministros, exministros y empresarios. Un golpe palaciego para eliminar a sus oponentes aprovechando que la sociedad saudí estaba recelosa ante los exorbitantes y opacos privilegios que disfrutaban algunos príncipes billonarios, mientras el país atraviesa una etapa de desaceleración económica que afectaba a los jóvenes y las clases medias. Sin embargo, los mercados internacionales siguen perplejos y expectantes ante futuros acontecimientos. Arabia Saudita es un país clave para asegurar la estabilidad de los precios y las exportaciones energéticas mundiales. Y se teme que un error de cálculo pueda provocar un conflicto militar directo entre Riad y Teherán. El rey Salman podría pronto abdicar en favor del joven Mohammed Bin Zayed, abriéndose un largo reinado, con tiempo para llevar a cabo una profunda reforma de la sociedad y la economía saudíes para situarlas en el siglo XXI. En caso contrario, el régimen saudí colapsará.

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