El amor escondido

Son detalles sencillos, discretos los que se van sucediendo a lo largo de esta película de amor adolescente, pero conforman toda una mirada en torno a un antes y un después, a ese punto de inflexión juvenil que separa un verano cualquiera en el pueblo con la pandilla, en la piscina, al aire de la noche sosegada, de ese momento de la iniciación al despertar de lo sentidos, a quedar prendado de alguien que se antoja especial porque es una pieza discordante de un tiempo estival más, porque esa persona significa el cambio, el descubrimiento de la piel del otro, de sentirse protagonista de una historia que anuncia que ese será un tiempo inolvidable. La vida sin Sara Amat, adaptación de la novela de Pep Puig, la dirige Laura Jou sabiendo moldear a sus personajes para que todo tenga aire de veracidad, quitándose de encima cualquier atisbo de tontería pueril, sin centrarse en las vidas de los mayores y sus dramas. Nos remite a la década de los 80, en ese verano donde un chico de ciudad pasa unas semanas con su abuela, un muchacho colgado de Sara, una joven que desaparece causando conmoción en el lugar, buscada por la Guardia Civil, abriendo ese poso de tragedia que sin embargo cambia cuando Sara se oculta en la habitación del muchacho, formando ese espacio donde dos seres tendrán su pequeño lugar para conocerse antes de que la vida les separe creando un poso de nostalgia que los ha de acompañar cuando se recuerden el uno al otro. Destacan sus protagonistas, la buena fotografía de Gris Jordana y con elementos suficientes como para sentirla no como una historia simple de amor adolescente, sino como aquel momento fugaz que deviene perdurable.