Amor de madre
Incluso aquellos con negro corazón se ablandan cuando piensan en su madre hasta el punto de llevarla grabada en la piel. No existen planteamientos enrevesados sobre los sentimientos. Una madre lo es todo.
¿Qué no haría una madre por nosotros? Ella sería capaz de cualquier cosa con tal de hacernos felices. Es una devoción que no se puede ni cuantificar ni medir. El amor de una madre es lo más sincero que existe.
Por ello, aunque esta película del canadiense Ken Scott –pero muy francesa– utilice algunas maniobras emocionales colocadas estratégicamente a lo largo de la historia para mover los resortes afectivos, lo cierto es que te llega en el plano sentimental, y es que ¿quién se va a resistir viendo los desvelos y ese terco impulso que lleva a esta madre a no resignarse con la malformación del pie de su hijo? Ella se cierra en el hecho de que el pequeño Roland algún día irá caminando a la escuela. Por eso, visitará a todos los especialistas posibles y hará caso omiso a cualquier duda o respuesta negativa. Incluso hará frente a los servicios sociales porque traspasará líneas rojas. Probará un sistema rarísimo para curarlo. Además, madre e hijo se apoyarán obsesivamente en la música de Sylvie Vartan como terapia. Esther es una francesa judía de origen marroquí. Ella es la madre que todo lo absorbe, es la que controla la vida de sus seis hijos, sobre todo del pequeño por ser el más indefenso.
Podríamos dividir esta película en dos bloques. El primero perteneciente a la infancia y a esa mujer arrolladora. El segundo nos conduce hacia la edad adulta de Roland.
Los años pasan, se van sucediendo momentos felices y dramas contundentes. En fin, la vida. El padre siempre estuvo en un segundo plano, y lo complejo viene dado por una madre que no sabe dar aire a ese estrecho vínculo con su hijo.
Érase una vez mi madre –que nada tiene que ver con el título original–, con un aire vintage muy logrado, un ritmo que no decae y buenas interpretaciones que asumen los roles de una historia que ha triunfado como novela autobiográfica y que ha arrasado en las salas de cine francesas, se enriquece con la aparición de la mítica Sylvie Vartan, incluso en los créditos finales cuando suena el maravilloso tema de los 60 Irrésistiblement.
Esta es una película que te gana porque nos muestra a una madre que puede representar a todas, con sus virtudes y sus defectos, pero únicas. Las inolvidables madres que ya no están y las que otros todavía pueden disfrutar.
¿Estoy idealizándolas? ¿Estoy reivindicando esta película? Por supuesto que sí.