Blandine en la ciudad
Esta es una película que tiene una manera especial de mostrar las cosas simples y honestas, además de poseer un personaje entrañable.
Blandine viene de Normandía, donde el tiempo se estanca y el ritmo de vida es otro, y llega a París, una ciudad enfebrecida y casi colapsada por la celebración de los Juegos Olímpicos. Llega atraída por la natación y para poder ver competir a una mujer que admira, la nadadora Béryl Gastaldello, una mujer que superó la depresión y sus fobias y que regresaba en un momento de superación personal, pero algo le impide asistir.
Blandine, en esas breves vacaciones, conocerá a su sobrina y a una medio hermana que no veía desde hacía una década. De este modo, entrará en su mundo, complejo y desorganizado, en un momento difícil de separación sentimental y agobio, algo que chocará frontalmente con la naturaleza de Blandine, reservada, a veces torpe, pero con el encanto de la gente sencilla que descubre otras vidas, otras voces.
Este París no es de postal. Está saturado y ella se pierde por sus calles, en su soledad nada trágica, y deambula entre la multitud. Observa las noches de música y gente que se divierte a su alrededor, y su mirada curiosa es amable y cordial pese a saber que ese lugar no es el suyo, que no necesita la euforia del momento.
Su inocencia la lleva incluso a meterse sin pretenderlo en problemas junto a los que se rebelan ante esa postura de escaparate de una ciudad que ha escondido sus miserias ante los ojos del mundo. También entabla una fugaz amistad con un joven electricista de mantenimiento que le enseña el silencio nocturno de la piscina olímpica, y conectan porque ambos son seres que saben quiénes son desde sus vidas anónimas.
Hay belleza en esta aparente sencillez que desprende esta película, pero es profunda en la composición de su personaje principal, una magnífica Blandine Madec, porque Aquel verano en París es un trabajo cinematográfico que posee cercanía, sin giros ni dobleces, como aquellas historias de Éric Rohmer, tan humanas dentro de la cotidianeidad, y por esa nada disimulada influencia su directora Valentine Cadic, en su primer largometraje, logra importancia con esta historia mínima que le ha valido el reconocimiento internacional.
En Aquel verano en París, la cineasta sabía perfectamente lo que quería mostrar y el modo de cómo hacerlo, incluso la manera con la que rubrica esta pequeña joya con aire estival, en Normandía, ante la soledad de un inmenso mar, con el pensamiento en los momentos vividos y sentidos, en lo que somos y queremos ser, desde la orilla, frente a las olas.