La herida que no cesa
Los años del plomo fueron terribles entre maniobras del ratón y el gato. Unos y otros reafirmando la idea de que aquellos tiempos serían sangrantes. ETA perfectamente organizada, sin fisuras y los cuerpos de seguridad del Estado decididos a desmantelarla. Desde Operación Ogro (1979) de Gillo Pontecorbo a Días contados (1994) de Imanol Uribe, junto a otras propuestas cinematográficas, se han contado sucesos con ETA como centro de atención. Incluso algunas películas han mostrado las tripas de su estructura, las figuras de algunos miembros que la formaban, de sus códigos, de sus objetivos políticos y sus golpes de actuación, de su determinación. Y últimamente, un título, La infiltrada (2024) de Arantxa Echevarria, nos contaba la historia real de una agente de la policía nacional que se infiltró en las filas de ETA durante ocho largos años, papel a cargo de una magnífica Carolina Yuste. Pero lo que resulta más curioso es el estreno de Un fantasma en la batalla, una historia casi gemela firmada por el veterano realizador Agustín Díaz Yanes.
A bote pronto no resulta descabellado pensar qué sentido tiene otra historia similar, la de una mujer miembro de la guardia civil trabajando como topo dentro de la banda terrorista durante una década.
Primero hay que señalar que Agustín Díaz Yanes, al margen de ser un buen profesional con títulos como Alatriste y sobre todo Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, ganadora de siete Goyas y la Concha de Plata en San Sebastián en 1995, es un gran guionista, capaz de envolverte en una historia que se suponía ya vista y darle otro aire, otra introspección a su personaje femenino, una Susana Abaitua perfecta, con un trabajo medido, sin nada o muy poco que evoque al papel que interpretó Yuste. Aquí, todo es mucho más hermético.
Los personajes que la envuelven son milimétricos, circunspectos y desconfiados en grado sumo, y ella tiene que asumir una peligrosa misión para descubrir los zulos que posee ETA en el sur francés, amén de las relaciones que se adhieren a ella, siempre con un halo de amenaza constante.
Días Yanes aprovecha material de archivo para dar esa sensación de poderosa realidad. Los atentados a Carrero Blanco, a Fernando Múgica, a Gregorio Ordóñez, a Ernest Lluch, a Miguel Ángel Blanco. El secuestro y liberación más de 500 días después de Ortega Lara, y lo hace desde la perspectiva que da un tiempo violento.
Además, esas canciones clásicas italianas que van acompañando la trama reflejan el carácter de no parecerse a nada. Tan solo contar una historia más de esa profunda herida que no se cerrará nunca.