El lugar del hijo
Un padre viudo, esforzado trabajador del ferrocarril y veterano ex sindicalista en el norte de Francia, con dos hijos veinteañeros que se quieren pero en fondo y forma diametralmente opuestos. Uno a punto de ingresar en la Sorbona, tranquilo y conciliador; el otro, que en la normalidad del día a día tiene un fuerte vínculo con un padre que verá de un modo inexorable cómo este último es absorbido por las ideas fascistas de una juventud ultraderechista que lo conduce al desencanto social, a la rebeldía, a ese sentido de la violencia que inevitablemente va construyendo un drama dentro del seno familiar y que lleva a una familia normal a convertirse en una familia desestructurada, abocada a la incomprensión entre sus miembros y al fracaso emocional.
Jugar con fuego, adaptación de la novela de Laurent Petitmangin, con un fuerte tono dramático, nos acerca a esa espesa nube ultraderechista que va invadiendo buena parte de Europa, pero lo hace desde una perspectiva íntima, familiar, en la que la tristeza y los acontecimientos que se suceden lo invaden y absorben todo. Una situación que se va tornando hermética, tensa, casi impenetrable, en la figura de un joven empapado de ideas que chocan frontalmente con el rechazo de un hombre que ve, impotente, cómo la desventura va calando en el pequeño círculo que más ama, al que ha dedicado con absoluta entrega buena parte de su vida. Por ello, se crea a sí mismo un sentimiento de culpa por no haber podido o sabido reaccionar ante los cambios de conducta de un joven cada vez más distanciado del entorno que lo cobijaba y, a su vez, más enraizado en la visceralidad de un pensamiento que lo separa de otras realidades que no sean el profundo odio hacia todo aquello que condena como diferente.
Las hermanas Delphine y Muriel Coulin hacen que la práctica totalidad de la trama descanse en la sobriedad y mesura de un gran actor como es Vincent Lindon, en su desvalida mirada, en su ensombrecido y apenado rictus facial, en su impotencia ante los hechos y las situaciones que van deformándolo todo, creando en él desasosiego y una gran aflicción personal. Una interpretación que le valió la Copa Volpi al mejor actor en el festival de Venecia del pasado año. Un Vincent Lindon que guarda en su filmografía no pocas películas de carácter social y comprometido.
Jugar con fuego
Jugar con fuego muestra un mensaje claro, diáfano, sobre una amenaza latente que se manifiesta como un retorno al pasado, que va penetrando en las masas, en una juventud radicalizada. Un hecho cada vez más visible, más alarmante, más peligroso y cercano.