Pura magia
Tenía marcada a fuego la fecha en la plaza Trinidad con Brad Mehldau por ser –junto a mi querido Bruce Barth– uno de mis pianistas preferidos y al que, por circunstancias diversas, solo había tenido ocasión de ver actuar un par de veces, pero ya hace muchos años. Había pues ‘mono’, y muy grande, por lo que nos enfrentamos al espectáculo del siempre enigmático y distante pianista de Jacksonville, Florida, con enormes ganas y máxima emoción ante lo que intuíamos podía ser una experiencia sonora profundamente emocional y muy rica en lo musical. Disfrutamos con ese Mehldau de siempre, en apariencia distante y taciturno en los parlamentos, pero que cuando se sentaba en su taburete y empezaba a frasear e improvisar junto a sus compañeros –el contrabajista Felix Moseholm y, de nuevo, tras bastante tiempo, Jorge Rossy en los tambores, que le apoyaron de forma admirable–, el trío sonó bien empastado y sin ningún tipo de estridencia dentro de esa línea lírica habitual, a la par estética y sofisticada, tan característicamente suya. A destacar, entre sus muchas brillantes virtudes interpretativas, su inmensa capacidad para dibujar, con ambas manos, contrapuntos pergeñados que alternaban progresiones armónicas y esbozos melódicos de una forma tan natural y en apariencia sencilla, que se nos antojó pura magia. Ante el público que abarrotó la plaza y las gradas, que se mantuvo concentradísimo y respetuoso, consciente de que con Mehldau siempre ocurren cosas, la sesión fue desarrollándose con suma placidez mientras los músicos nos motivaban con ese jazz propio, pleno de lirismo y suavidad sonora con cambios continuos y fraseos intrincados que finalmente alcanzaban la claridad, para deleite de todos los presentes y rompiendo esa tension contenida que el pianista sabe provocar como si nada. El repertorio nocturno combinó piezas originales del propio Mehldau como Resignation o Blues Impulse; versiones de estándares como Secret Love o Almost Like Being in Love, y un cover espléndido del tema Marcie, de la legendaria Joni Mitchell, que sonó a gloria bendita. Me hubiese encantado escuchar, quizás, alguna de las recreaciones sobre Beatle que suele prodigar de vez en cuando, aunque esta vez no hubo suerte y me quedé con las ganas.
jazz
La hora y media de recital se nos quedó corta pues cuando se trata de jazz de tan altísima graduación y clase, uno no tiene nunca suficiente. En fin, ahí quedó este último encuentro hasta nueva orden con Brad Mehldau, confiando que el próximo sea más pronto que tarde. Cambiando de tercio, al menos el concierto que vino justo a continuación, a saber, el proyecto Kismet, construido otra vez en formato de trío, ahora con el mítico bajista Dave Holland y los no menos portentosos Chris Potter, al saxo, junto al baterista Marcus Gilmore, nos brindó otro espectáculo digno de nota, con el británico y ambos norteamericanos regalándonos otro concierto de gran envergadura y calidad jazzísticos, en el que brilló su moderno enfoque de jazz acústico, fusionando libertad creativa y tradición. Holland despunta por su profundidad rítmica y melódica; Potter, por aunar lirismo y virtuosismo con llamativa fluidez; y Gilmore, por su fuerza y suavidad, a partes iguales, alternando dosis mesuradas de inventiva y expresividad. Parafraseando a alguien en la grada que parecía entender del tema: “Perfecta sofisticación armónica, swing contemporáneo y una sensibilidad abierta a la improvisación, reflejando una elegancia madura sin perder frescura ni riesgo”. Yo no lo habría dicho mejor.