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Aunque lo previsto era acudir al concierto del magnífico pianista local Ramon Matre en el Celler de Sanui, anunciado en una colaboración entre la edición de otoño Art a l’Horta organizada por la Paeria y en el cartel 2025 del Festival Jazztardor, al llegar al lugar de celebración nos encontramos, en pleno mes de noviembre, con un escenario al aire libre azotado por un viento frío y unas condiciones ambientales que, a nuestro modesto parecer, eran todo menos apropiadas para un evento musical de estas características. Hablamos del piano, un instrumento absolutamente sensible a la humedad y las manos del pianista necesitadas de la temperatura necesaria y calo para pulsar adecuadamente. Así que, como preferimos no pasarnos todo el concierto sufriendo…, decidimos marcharnos, un poco contrariados, y esperar a ver a Matre más adelante y en otras circunstancias más dignas artísticamente. Pero como dice el refrán, “no hay mal que por bien no venga”, de camino de vuelta a casa, paramos en el Orfeó donde estaba programada otra interesante actuación para la misma hora. Al final fue nuestro día de suerte, con el Espai lleno hasta los topes de una calidez especial, para un espectáculo íntimo pero agradabilísimo de la emergente cantante, compositora y actriz fragatina Júlia Cruz, que nos regaló un espectáculo íntimo, pero de esos que no buscan el impacto inmediato sino dejar huella duradera en el corazón de sus espectadores. En un formato esencial, acompañada por el guitarrista Manuel Fuentes y el percusionista Gabriel Macià, Cruz desplegó su universo sonoro con honestidad, sensibilidad y una notable madurez artística, entrelazando, con naturalidad y capacidad admirable, la interpretación escénica y la creación musical, derivados de su amplia formación en ambos campos creativos. Esa doble vertiente –la teatral y la musical– define su manera de estar ante el público, pues cada canción es, en cierta medida, una pieza dramatúrgica en la que la palabra y el gesto tienen tanto peso como la melodía. El recital sirvió para presentar los temas de su primer EP, Deixar-me caure (2024), un trabajo que confirma su apuesta por una canción de autor contemporánea que bebe de fuentes diversas: el folclore catalán y aragonés, la canción portuguesa, el pop acústico y una electrónica sutil que aporta profundidad sin eclipsar la voz. Canciones como El nom més bonic, Para llegar o Enyor sonaron con un equilibrio perfecto entre fragilidad y determinación. Cruz canta en catalán, castellano y ribagorzano, y en esa mezcla lingüística se adivina su identidad fronteriza, la de una artista que entiende las lenguas no como límites, sino como espacios de resonancia emocional y capacidad de relación entre las gentes. Desde ya, admiramos esa sugerente pluralidad que se traduce en tránsitos por paisajes sonoros diversos desde la introspección hasta la luminosidad, pasando por temáticas y músicas que apuntan a nuevas direcciones creativas. A destacar, los invitados que tomaron parte en la fiesta. Por un lado, el cuarteto Immortality, preferidos del autor de esta columna, que aportaron su conjunción vocal sublime; y, por el otro, el pianista Bernat Giribet, que acompañó a Cruz en un mini-set realmente hermoso, que lo bordó con su voz placentera y desbordante, sin duda su verdadero valor.

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