Vino viejo, botellas nuevas
El reciente concierto de Joan Monné en el Festival Jazz Tardor 2025, presentado en formación de cuarteto, dejó en el Cafè de Teatre otra de las propuestas singulares de esta edición. Acompañado por David de la Rubia al saxo tenor, Rai Ferrer al contrabajo y Óscar de la Torre a la trompeta, el pianista de Molins de Rey apostó por una formación poco habitual o, lo que es lo mismo, un cuarteto sin batería, en una decisión estética que marcó la textura, el pulso y la respiración de todo el concierto. Lejos de provocar una carencia, la ausencia de percusión abrió un espacio acústico lleno de matices, con un Monné siempre elegante en el fraseo y dueño de un toque preciso, asumiendo, en muchos pasajes, el rol rítmico mediante con patrones insinuados, acordes cortantes o líneas circulantes por registros graves. Así, su piano se convirtió en el eje que cohesionó al grupo, manteniendo un equilibrio entre dirección y diálogo abierto con el resto. David de la Rubia destacó por un sonido cálido y flexible, con un tenor que supo moverse entre el lirismo y la tensión controlada, siendo sus improvisaciones muy narrativas, pues parecían aprovechar el silencio para expandirse sin prisa. Óscar de la Torre, por su parte, aportó una voz incisiva en la trompeta, construyendo solos de contorno claro y jugando con el espacio como recurso expresivo. Mientras tanto, Rai Ferrer sostuvo la estructura desde su contrabajo profundo y redondo, articulado con la musicalidad que lo caracteriza. Su capacidad para marcar el pulso sin rigidez hizo que el grupo respirara con naturalidad, creando una sensación de “camerismo” jazzístico y sencillez poco habituales. El repertorio se nutrió de composiciones de Monné, la mayoría ya conocidas, pero revisadas de forma reciente a partir de un tratamiento sonoro nuevo, más suave y aterciopelado, que ha denominado, muy a propósito, New Bottles, Old Wine, además de algunos arreglos propios sobre estándares menos transitados como un clásico de Joan Manuel Serrat sublimemente logrado. Hubo, asimismo, momentos de improvisación colectiva, donde la falta de batería se convirtió en una virtud, donde los silencios adquirían un peso casi monolítico y las transiciones se volvían más orgánicas y, casi, dialogantes. El espacio y ambiente del Cafè, íntimo y cercano, como de costumbre, reforzaron esta atmósfera, propicia para la delicadeza y escucha mutua. El público, al principio expectante ante un formato sonoro aparentemente despoblado, respondió con creciente y prolongada calidez. Cada solo fue recibido con atención reverencial y cada final de tema con aplausos y muestras de cariño hacia los cuatro intérpretes. Al terminar, nuestra sensación fue de haber asistido a una propuesta refinada, sutil y valiente, donde la música fluyó sin artificios. A veces, renunciar a la potencia rítmica no resta energía, simplemente la desplaza hacia otros territorios, más frágiles, más humanos, aunque profundamente musicales y bellos.