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CRÓNICA POLÍTICA

Uno, diez o cien debates pendientes

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Todo no cabe en un debate. Ni en diez. Este país lleva años sin debatir seriamente y con datos. Solo disparando frases hechas y titulares desde las trincheras políticas y mediáticas. Y lo peor, frecuentemente con munición adulterada por bulos. Los propios algoritmos de las redes arremolinan a los partidarios de unos y otros con sus afines.

Así crece la polarización y la crispación. La única oportunidad de que se escuchen argumentos del bando contrario es en un debate, porque todos siguen la misma señal emitida. Por esa razón siempre hemos defendido los debates como un derecho de los ciudadanos a conocer mejor a la persona a la que van a votar para ocupar la presidencia del Gobierno.

Debates políticos, pero no sólo. Días antes del cara a cara Pedro Sánchez-Núñez Feijóo, por fin recuperado ese formato después de ocho años, tuvimos la oportunidad de moderar uno con portavoces en ciencia y tecnología de los distintos partidos. Lo organizaba la Cosce –Coordinadora de Sociedades Científicas– para denunciar que esos profesionales pasan más tiempo enredados en la burocracia asfixiante que investigando.

Cierto que se ha avanzado y la Ley de la ciencia ha mejorado la situación, pero queda mucho camino por recorrer. Un país que no investiga está condenado a ser manufacturero y los asiáticos siempre producirán más barato.  “No podemos quedarnos sin reaccionar ante el avance del negacionismo científico”, insistió la eurodiputada socialista Lina Gálvez, poniendo como ejemplo lo sucedido en Doñana y ante la negativa reiterada del cambio climático cuando es evidente. “Incluyamos a la universidad también cuando criticamos a la administración pública por su exceso de burocracia”, propuso el portavoz popular Pedro Navarro.

El representante del PNV sentenció: “Con la actual Ley de universidades es casi imposible contratar a un Premio Nobel.” Y todos –también participaban Sumar y Vox– coincidieron en la herida que representa tener a diez mil investigadores formados en España, con el coste que eso supuso, pero trabajando para beneficio de otros países. Un despilfarro. Las campañas electorales son cansinas porque solo hay intercambio de mensajes superficiales. Todo muy previsible.

Debatir con datos y con sensatez sobre los problemas serios del país como, por ejemplo, el desempleo juvenil estructural o la deuda pública asfixiante resulta más eficaz. Y sobre todo imprescindible.Barack Obama y Hilary Clinton debatieron más de treinta veces en la campaña de las primarias. Luis Guillermo Solís, que era poco menos que un desconocido, fue elegido presidente de Costa Rica después de haber participado en treinta y cuatro debates, más un fuerte apoyo en redes sociales.

En realidad, Pedro Sánchez, cuando acudió en semanas anteriores a entrevistas con periodistas muy críticos, después de una legislatura distanciado, cambió el formato y estableció algo parecido a un debate con sus interlocutores.Las altas audiencias certifican el interés ciudadano cuando el país se la juega, porque no todo da igual, ni todos son iguales. España puede dar un brusco giro político en pocas semanas que a medio país entusiasmará y al otro inquietará. El problema es que los partidos con menor representación son los que imponen un alto precio por su apoyo exigiendo las medidas más discutidas.

Pedro Sánchez sabe lo que es pagar esa factura. Alberto Núñez Feijóo lo está comprendiendo en las negociaciones de Vox en Valencia y Extremadura. ¿Alguna posibilidad de favorecer acuerdos de Estado entre los grandes? Una sólida opinión pública conformada en docenas de debates sectoriales contribuiría sin duda a ello.

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