El mundo y España arden
periodista
Una palabra es como una bala: se dispara y es imposible recuperarla. La palabra sana, o hiere; e incluso a veces mata. Pero la imagen va más allá: reconforta, preocupa o deprime. La sucesión de cuatro series de imágenes en una semana ha sido la mejor crónica de la crisis mundial y de España; de la fortaleza o la debilidad de los líderes, pasando por su idoneidad y hasta su ferocidad. Primera imagen: Vladímir Putin, recibido con alfombra roja en Alaska por un presidente estadounidense que se cree el más listo del mundo pero que sucumbió ante la astucia del líder ruso. La segunda imagen reproduce a diario la hambruna en Gaza y el genocidio, dirigido por Netanyahu, a manos de soldados israelíes; es decir, del pueblo más castigado en la historia por el holocausto nazi. Increíble. La tercera imagen (una serie de ellas) daba cuenta de la visita a la Casa Blanca de algunos líderes europeos arropando al ucraniano Zelenski. Uno a uno –la presidenta comunitaria Von der Leyen, el francés Macron, la italiana Meloni, el británico Starmer, el alemán Merz, el finlandés Stubb, que juega a golf con Trump, y el secretario general de la OTAN, Rutte, experto en halagos– sentados en una sala de la presidencia del país más poderoso del mundo, o haciendo cola ante el despacho oval, daban la idea de una excursión escolar con un Donald Trump como eufórico anfitrión mostrando su colección de gorras deportivas. Controlar la imagen es fundamental. Cierto es que hay otra lectura: si ese grupo de líderes europeos no hubiera acompañado a Zelenski quizás hubiéramos asistido a la segunda parte de la humillación infringida al líder ucranio en su primera visita a la Casa Blanca. Pero sumado ese grupo de líderes europeos de visita en Washington a las claudicaciones en materia de aranceles, las fotografías sugieren, también plásticamente, la debilidad europea. De nuevo en el horizonte emerge China con una diplomacia que combina astucia e inteligencia, bajo su poderío económico. Faltaría completar ese álbum de imágenes de una semana casi trágica con las instantáneas de media España rural incendiada que ha quemado el diez por ciento de la provincia de Ourense, castigado de nuevo a Zamora y León, destruido joyas naturales como las Médulas o el valle del Jerte y asolado centenares de pueblos y aldeas en otras provincias, sobre todo del oeste peninsular; e incluso de Portugal. La gravedad de los incendios no moderó la batalla política, superpuesta a la catástrofe, que no se detiene en España nunca, ni guarda luto por nada, ni por nadie. Destacado en el cuadro de honor del despropósito, el político popular Elías Bendodo que llamó “pirómana” a la directora general de Protección Civil, Virginia Barcones. Realmente, la escolta verbal del líder de la oposición, Núñez Feijóo, merece una ducha de moderación, por su propio bien y por la dignidad de sus seguidores. Menos mal que el saludo educado y respetuoso entre la presidenta extremeña, María Guardiola, también popular, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sugería que no todo está perdido, ni que todos son iguales. España es un país que va mejor de lo que la mayoría de medios refleja, pero tiene problemas estructurales que exigen pactos de estado imprescindibles. El de los incendios es uno de ellos. La colaboración de todas las fuerzas políticas –aunque algunas no lo apoyarán– es una exigencia clamorosa. Medio país ha ardido pero la gente, casi toda, está abrasada.