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Con el resultado electoral en mano, el Banco de Sabadell ganó limpiamente y con claridad al BBVA la OPA de la Copa bancaria. Fue como una larga campaña política que entretuvo a una parte del país durante meses (a falta de campañas políticas) y mejoró las cuentas de ingresos publicitarios, de los medios convencionales especialmente. Se publicaron páginas publicitarias de pago casi diarias en medios nacionales y, especialmente, en Cataluña; hubo también mucha radio y televisión. Y menos en digital. Esta era una campaña que no iba tanto de redes sociales e influencers.

Aquí, como en la política, no se puede decir que ganaron todos algo, o que la culpa la tuvo la comunicación, razonablemente brillante en ambos bandos. Han ganado, de momento, los accionistas de los dos bancos, unos por la victoria y otros para que no muevan la silla a los directivos que fracasaron, porque serán regados con millones en dividendos. Ganó con claridad el Sabadell, que era el banco pequeño, el que no se dejó absorber por una OPA que no pasó del 25 por ciento de aceptación, cuando se esperaba superar el 50; o al menos el 30, que daba pie a una segunda vuelta. El problema no fue la comunicación, sino el análisis erróneo de los equipos estratégicos del BBVA, infravalorando la influencia del entorno sociopolítico. Hubo una “triple alianza que venció al gigante bancario”, ha escrito Manel Pérez en La Vanguardia: la aguerrida cúpula del Sabadell, con su presidente Josep Oliu al frente; el apoyo de la patronal catalana comandada por Sánchez Llibre y un bloque político en el que estaban el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el propio Carles Puigdemont. El primero, porque el socialista Salvador Illa que preside la Generalitat no quería perder el penúltimo banco catalán; y además porque, al parecer, BBVA informaba a Moncloa solo de hechos consumados en su proceso. Será un banco muy internacional, incluso “un banco de capital mexicano con sede en España”, como se ha atrevido a escribir Xavier Vidal-Folch. Pero al Gobierno español hay que tenerlo en cuenta. No se confundan y crean que la debilidad parlamentaria del presidente le arruga en su acción gubernamental. Núñez Feijóo lo ve acabado, y algún día acabará, pero Sánchez no actúa, ni deja de exigir, como si estuviera de salida. Tomen nota.

¿Y por qué Carles Puigdemont puso su menguante fuerza parlamentaria a trabajar en Madrid y en Barcelona para reventar la OPA? El presidente fugado quiere que Junts recupere su papel de enlace con la burguesía catalana, muy deteriorado después de tanta excentricidad. La voluntad de excursión independentista seguirá en su corazón, pero los bocadillos hay que comprarlos.

Concluida esta campaña de la Copa bancaria española, queda la política, interminable y chusca. Hay un vaivén de encuestas que muestran una recuperación del Partido Socialista, incluso para ganar. Pero todas coinciden en que el Partido Popular y Vox sumarán de largo la mayoría absoluta. Núñez Feijóo debería sonreír pero no le es posible: sufre la ansiedad de que esto se alarga y ya agota lo de la mujer y el hermano de Sánchez; tiene a sus barones medio revueltos y a la baronesa de Madrid jugando por libre y, a la mínima, contradiciéndolo; y un equipo de producción política que idea mejor nuevos insultos y ocurrencias que propuestas sensatas. Llegará a la presidencia muy probablemente pero con su liderazgo deteriorado y con Vox dominando su gestión. Mal panorama.

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