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Vascos y gallegos acuden mañana a las urnas tras una campaña en la que se han mezclado las claves internas de estas dos autonomías históricas y las repercusiones que tendrán en la estancada política española y tácitamente todos han aceptado que sus resultados tendrán trascendencia en el proceso de investidura. De hecho, las negociaciones están oficialmente paralizadas tras el primer fracaso de Rajoy y sus esperanzas se centran en que las urnas corroboren lo augurado por las encuestas con un retroceso del PSOE que ponga contra las cuerdas a Sánchez y le deje en minoría en su propio partido, donde los barones forzarían una abstención parcial que facilitara la investidura de Rajoy. Ciertamente, las encuestas auguran que el PSOE bajará en el País Vasco y puede verse relegado a la cuarta posición, detrás del PNV, que mantendría su tradicional fortaleza, de Bildu y Podemos y por delante del PP, mientras que en Galicia pronostican que el popular Núñez Feijóo conseguiría la mayoría absoluta y los socialistas perderían su segunda posición en beneficio de En Marea. De cumplirse estos pronósticos, Sánchez tendría difícil justificar su postura porque habría retrocedido sensiblemente en las dos autonomías, lo que sería interpretado como un castigo a su oposición a Rajoy, pero también parece complicado que un apoyo pasivo a la investidura del popular tuviera el refrendo de las bases y de la actual dirección del partido. Pero también puede suceder que las cuentas del PP acaben como las de la lechera porque su partido también retrocede en el País Vasco donde queda prácticamente como residual y donde el PSOE puede convertirse en decisivo para apoyar la reelección de Urkullu frente a un posible bloque de Bildu y Podemos. De la misma forma en Galicia pueden ajustarse los resultados y dejar al PP sin mayoría absoluta, con lo que se abriría la opción de un gobierno de izquierdas con el PSOE y En Marea, lo que también cabría interpretar como un castigo a las opciones de Rajoy por retroceder en las dos elecciones. Teniendo en cuenta los estrepitosos fracasos de las últimas encuestas preelectorales, conviene no cerrar ninguna hipótesis y esperar al veredicto de las urnas, pero sigue siendo ridículo y hasta vergonzoso que la política española tenga que estar pendiente de estas votaciones después de casi un año de parálisis y más con el riesgo añadido de que tampoco las elecciones de mañana aclaren el panorama.

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