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El candidato a la presidencia Mariano Rajoy afrontó la primera sesión de investidura como si fuera un trámite engorroso pero ineludible con una faena de aliño de 50 minutos, que pareció más el primer examen de unas oposiciones, que la explicación de un programa de gobierno. Algo que, evidentemente considera que no le hace falta porque ya tiene los votos garantizados y no era cuestión de repetir el discurso anterior de cuando fue rechazada su candidatura. Pero sí dejó claro, nada más empezar, que no se trataba de votar su candidatura, sino de votar sí o no a la repetición de unas elecciones, que serían desastrosas para España, para su imagen exterior, para la economía y para todos los ciudadanos. No hubo el menor reconocimiento a que la principal responsabilidad de que no se haya formado gobierno en casi un año corresponde a la fuerza más votada que no ha mostrado la menor voluntad negociadora. Pero tras la descripción del negro panorama que nos espera si se repiten elecciones, deja caer que han sucedido “cambios muy relevantes que han mejorado la situación política” y tras decir que no quiere entrar en quién saldría ganando o perdiendo con unas nuevas elecciones, deja claro que se ofrece a gobernar e insinúa que sacrifica sus mejores expectativas en otras elecciones por el bien de España. Toda una pirueta política para presentarse como el salvador después de pasar un año esperando que se desangrara el adversario. Y remató su dialéctica con la exigencia de que necesita “un gobierno sólido, estable, duradero y tranquilizador”. No le ha bastado con la abstención del PSOE, que facilitará su investidura, y ya pide más con la advertencia de que la estabilidad de un país también depende de la oposición, y aunque Rajoy ha moderado el tono y ha ofrecido dialogar y negociar todo lo que sea necesario con ofertas de pactos para la educación, las pensiones, la creación de empleo y la financiación autonómica, ya es previsible que si no se llega un consenso toda la culpa será de los socialistas. Y añadió que “parece justo y razonable” que le apoyen quiénes no quieran unas nuevas elecciones presentadas como la gran amenaza para los socialistas y el gran argumento para prolongar su apoyo a Rajoy. No faltaron las habituales alusiones al cumplimiento de la legalidad en Catalunya y la apelación al orden constitucional, pero sin nombrar la corrupción, ni esbozar la menor autocrítica. No le hace falta.

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