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La declaración de las fallas del Pirineo como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por parte de la Unesco ha servido, además de para darlas a conocer en todo el mundo, para convertir esta tradición ancestral en una atracción turística. El pasado año, el primero en que disfrutaron de este reconocimiento, la cifra de visitantes ya se disparó, y todo apunta a que volverá a aumentar en esta temporada, iniciada ayer en Durro y La Pobla de Segur y que en los municipios de Lleida –la declaración como Patrimonio Inmaterial también incluye a municipios de Andorra, Francia i la Ribagorza oscense– se prolonga hasta el 22 de julio, cuando acaba en Llesp. Como afirman los propios organizadores, hay que evitar que las fallas puedan morir de éxito, manteniendo el papel preponderante de los vecinos y su espíritu tradicional. A partir de aquí, hay que aprovechar este reclamo para “vender” los atractivos culturales, gastronómicos y de ocio de cada municipio. Es una oportunidad para el Pirineo, que potencia su oferta turística durante el verano y, a la vez, es una muestra de que preservar y dar valor a los productos locales, en este caso de tipo cultural y festivo, es una vía de futuro para la economía de las comarcas de Lleida. Optimismo económico

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