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Cuando aún está más que presente la indignación general por el escándalo de la ridícula sentencia de La Manada, a la que se sumó el anuncio de la reforma del Código Penal para castigar más las violaciones (modificación que en un principio solo se dejaba en manos de hombres, aunque finalmente el Gobierno corrigió esta increíble ausencia de mujeres especialistas), siguen aflorando casos de agresiones sexuales o bien de fallos judiciales incomprensibles. Así, el viernes saltaba la noticia de una nueva mujer asesinada, esta vez en un pueblo de Zamora. El presunto autor sería un pastor, ya detenido, que intentó violar a la joven, de 33 años, y al intentar ella zafarse la mató con una piedra. Paralelamente salía a la luz una sentencia en la cual tres magistradas de la Audiencia Provincial de Barcelona condenaban a un vecino de Sant Pere de Ribes a solo seis años y seis meses de prisión y 20.000 euros por abusar sexualmente de su sobrina de 15 años, que entró en shock y no se resistió tras penetrarla. Contra toda lógica, las juezas no apreciaron uso de la fuerza por parte del agresor, por lo que solo le penaron por abusos y no por agresión sexual. Y por si fuera poco, el jueves salía en libertad el llamado violador de La Verneda, quien en 1998 fue condenado a 167 años de cárcel por cometer 15 violaciones y dos intentos más. Así, este agresor está en la calle tras haber cumplido veinte años de pena y pese al dictamen de Instituciones Penitenciarias, que considera que no está rehabilitado y que el riesgo de reincidencia es elevado. Para terminar de enumerar escándalos que afectan a la integridad de las mujeres, la semana culminó con el anuncio de suspender, por parte de una institución que hasta ahora parecía ejemplar e intachable como es la Academia Sueca, el fallo del Premio Nobel de Literatura a causa del escándalo de abusos sexuales en la que se ha visto envuelta. Todos los citados son claros ejemplos de cómo se menoscaban los derechos de las mujeres con mayor o menor intensidad y demuestran que la sociedad en que vivimos tiene que evolucionar, y mucho, para que la igualdad entre sexos sea real y efectiva. Endurecer las penas ante cualquier agresión es básico, pero también lo es incidir en la educación desde la más tierna infancia, con la necesaria exclusión de conductas, estereotipos y roles vejatorios hacia las mujeres que aún están arraigados en nuestro día a día.

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