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Pedro Sánchez ha vuelto a perder la segunda votación de investidura y se difumina la posibilidad de un gobierno progresista porque las dos fuerzas de izquierdas no han sido capaces de entenderse y hasta se han tirado los trastos en un lamentable regateo sobre carteras ante el regocijo de la derecha, que ya se frota las manos ante la posibilidad de que el 10 de noviembre puedan revertir la derrota que sufrieron el 28 de abril, cuando el PP obtuvo los peores resultados de su historia y Ciudadanos vio frustradas sus expectativas de liderar la derecha. La victoria de Sánchez en abril ha resultado más pírrica que nunca, porque quienes salen marcados de la investidura son el candidato socialista, que en tres meses solo ha conseguido el apoyo del diputado regionalista cántabro, y el líder de Podemos, que ha mezclado gestos para la galería como su renuncia a la vicepresidencia o la consulta a sus bases con la negativa a aceptar una vicepresidencia y los ministerios de Sanidad, Vivienda e Igualdad, porque también reclamaba Trabajo. Ahora todos venderán su argumentario y Sánchez ya antepuso sus convicciones y la necesidad de un gobierno homogéneo al riesgo de aceptar dos gobiernos en uno, mientras Iglesias insistirá en su sacrificio personal y en su disposición a negociar hasta el final, pero lo cierto es que han sido incapaces de ponerse de acuerdo pese a la buena disposición de los nacionalistas, PNV, ERC y hasta Bildu, que llegaron a abstenerse para facilitar la investidura. Han pesado más los egos y las animadversiones personales que el interés del país, que salvo milagro agosteño y que antes del 23 de septiembre haya algún candidato con los votos necesarios, se ve abocado a la repetición de elecciones. Ninguno de los dos ha recordado la sentencia de Karl Marx de que la historia primero se repite como tragedia y luego como farsa: en 2015, el más votado fue Rajoy, pero no tenía los apoyos necesarios, fracasó la candidatura de Sánchez y se repitieron las elecciones, donde quien subió fue Rajoy consiguiendo la investidura con la abstención del PSOE y cobrándose la cabeza de Sánchez. Ahora se repite la historia con protagonistas cambiados y ya veremos qué pasa en noviembre, porque las encuestas en que se apoya el equipo de Sánchez para diseñar su estrategia se han equivocado en muchas ocasiones. Lo malo es que seguiremos en la provisionalidad y en campaña electoral y los ciudadanos no nos lo merecemos.

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