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La resaca electoral, en forma de pactos que han generado polémica y las diferentes estrategias de los partidos independentistas, ha provocado que desde las entidades cívicas, Òmnium y sobre todo la ANC, se critique esta división, se reclame unidad, se asuma el liderazgo en la respuesta a la sentencia y en los preparativos de la Diada, e incluso se advierta que en la Diada de este año no se reservará espacio preferente a los dirigentes de los partidos. Aunque desde el gobierno de la Generalitat se recalcó ayer el llamamiento a la unidad, algunos exconsellers de ERC como Josep Huguet o Anna Simó avisaron que no acudirían a la manifestación y el mismo Carles Puigdemont en unas declaraciones a El Punt Avui consideraba “preocupante una deriva antipartidos en la Diada, donde nadie se ha de sentir excluido”, reclamando que “la unidad pasa porque se rompan sectarismos que se puedan enquistar en las cúpulas de los partidos lo que les puede llevar a actuar como rivales en vez de como aliados”. Es una reflexión que muestra parte de lo que ha pasado en las contiendas electorales y que puede volverse a repetir, pero que entra dentro de lo razonable porque es legítimo que los partidos aspiren a gobernar e imponer sus programas y porque tampoco se evitaría, con una unidad forzada, que tampoco cosechó buenos resultados cuando se llegó al agónico acuerdo de Junts pel Sí. En este sentido, intelectuales tan poco sospechosos para el independentismo como Salvador Cardús advierten que la unidad está tan mitificada como sobrevalorada y que es más importante reclamar que sea la sociedad civil organizada la que sea unitaria e independiente de los partidos, que deberían precisar sus propias estrategias y su proyecto de país y sobre todo no condicionar el teórico objetivo de la independencia al triunfo de su propia ideología. Tan legítimo es defender la unidad como la pluralidad, teniendo en cuenta que pueden definirse objetivos comunes que sí pueden ser compartidos por una amplia mayoría, a los que se pueden acceder por diferentes caminos y con estrategias y ritmos diversos y no una vía única que no se sabe muy bien a quien corresponde definir y en la que muchos se pueden sentir incómodos. Puede resultar más cómodo ampararse en frases hechas y reclamar unidad como arma arrojadiza frente a los partidos, pero sería un error descalificar a los que defienden el derecho a la discrepancia.

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