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Ha arrancado la campaña electoral más rara de la historia. Lo es tanto que empieza sin que ni siquiera sepamos cuando acabará y si finalmente votaremos el 14 de febrero o el Tribunal Superior de Justicia se pronunciará antes del lunes día 8 revalidando el decreto de la Generalitat que las aplazaba hasta mayo. De momento, seguimos en periodo de alegaciones pero el decreto de aplazamiento ha sido suspendido cautelarmente por lo que se mantiene el proceso hacia el 14-F, sin que nadie sepa a ciencia cierta cuál será la decisión definitiva de los jueces. También es rara porque estamos ante una campaña en medio de la pandemia más grave de nuestra historia reciente, en la que no se esperan actos masivos en los que hasta la tradicional pegada de carteles tendrá carácter simbólico y en la que las llamadas a la participación se mezclarán con apelaciones a preservar la salud y a cumplir las restricciones marcadas por las autoridades sanitarias. No hay que olvidar que seguimos en estado de alarma y que hospitales y UCI están al borde de la saturación. Pedir el voto y votar en estas circunstancias es totalmente excepcional y ya advierten los juristas que pueden llover recursos judiciales: desde la composición de las mesas, con el temor de algunos integrantes a posibles contagios, a la votación restringida de siete a ocho de la tarde para los ciudadanos contagiados o sujetos a cuarentena, que puede afectar tanto al derecho a la salud como al que tenemos a la intimidad o a la imagen. Ya se verá, pero de momento todos han optado por seguir el calendario marcado dando por bueno que, pese a todo, las elecciones se celebrarán el 14 de febrero. Pero por excepcionales que sean las circunstancias, no hay que olvidar que estamos ante unas elecciones trascendentales que llegan tras la inhabilitación del último presidente, Joaquim Torra, y para acabar con una situación de provisionalidad en la que llevamos meses desde que el mismo Torra diera la legislatura por agotada en enero del año pasado. Una vez más habrá que elegir entre opciones independentistas y las federalistas con un electorado que sigue dividido en dos mitades y que da victorias o derrotas según el nivel de participación, que en esta ocasión y a tenor de lo que ha sucedido en otros países se presume más bajo de lo habitual. El independentismo acude más fragmentado que en anteriores comicios con ERC, JxCat, PDeCAT y la CUP disputándose el espacio, mientras que el bloque unionista, el PSC, a remolque del supuesto efecto Illa, aspira a conseguir la hegemonía que en las anteriores elecciones logró Ciudadanos, con pocos efectos prácticos y que ahora según todas las encuestas va a la baja. La cuestión es quién y cómo podrá sumar la mayoría necesaria de 68 escaños y parece evidente que serán necesarios pactos y coaliciones, pero quien resulte más votado tendrá la ventaja de marcar la negociación.

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