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Cuando hace casi un año salimos de la larga cuarentena del confinamiento se habló de “nueva normalidad”. El dos de mayo volvimos a salir a la calle, pero solo para practicar deporte al aire libre de forma individual y pasear en familia, siempre que el grupo conviviera en la misma casa, lo que hoy, que ya somos expertos en jerga epidemiológica, denominaríamos “una burbuja”.

También tenían permiso para salir a jugar, caminar y montar en bicicleta o patinete los menores de 14 años. Pero esa supuesta nueva normalidad, de normal tenía bien poco.

Había franjas horarias por edades para salir a la calle y el uso de la mascarilla se convirtió en obligatorio. Una relajación de las restricciones sanitarias contra el coronavirus que dio un poco de oxígeno a la población, pero que pronto generó una mayor frustración cuando hubo que dar marcha atrás y retroceder en la desescalada.

En Lleida y otros seis municipios del Baix Segre, ese mismo verano se volvió a limitar la movilidad por el alto índice de contagios y la presión hospitalaria. Sin vacunas, aunque se avanzara, a nadie se le escapaba que podían ser pasos en falso que obligaban a retroceder a la casilla de salida.

Aunque queda mucho por hacer, Sant Jordi marcó el pasado viernes un punto de inflexión hacia lo que ahora sí podríamos denominar nueva normalidad. Con casi un 22% de la población vacunada y con prácticamente todas las personas mayores protegidas, es más fácil recuperar la vida que la Covid-19 dejó en suspenso en marzo de 2020.

Aunque el virus siga siendo una amenaza real y los centros hospitalarios aún estén bajo presión, el progresivo avance de la inmunización invita a la esperanza. Mañana se pondrá fin al confinamiento comarcal y volverán a las aulas los estudiantes de bachillerato y FP.

También tendremos libertad para relacionarnos con personas de fuera de nuestra burbuja de convivencia. El mantra de distancia, manos, mascarilla y ventilación nos seguirá acompañando, pero los datos tras la movilidad de Semana Santa constatan que los ciudadanos somos mayoritariamente responsables.

Una asignatura pendienteEs urgente destinar más recursos a la reinserción de presos para evitar fracasos como el del presunto atracador de dos súper en Lleida, que había salido de la cárcel hacía tan solo cuatro meses tras cumplir condena por matar a dos personas y dejar tetrapléjico a un leridano. Cumplió solo un tercio de la pena impuesta pese a ser considerado “extremadamente peligroso”.

En 1993 el entonces ministro de Interior, José Luis Corcuera, hizo célebre la frase de “los experimentos se hacen en casa y con gaseosa”, en relación con el permiso del que disfrutaba Antonio Inglés. Hay que aprender de los errores.

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