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Los nichos originales del departamento de Sant Anastasi del cementerio de Lleida fueron derribados hace unos años debido a su mal estado y a la necesidad de disponer de espacio para construir otros nuevos. La mayoría eran del siglo XIX y en varias lápidas, además del nombre y la edad del difunto o difuntos, constaba la causa de su fallecimiento. Hubiera sido útil haber conservado imágenes de las mismas para difundir que enfermedades que hoy son leves o incluso banales provocaban entonces la muerte de niños, jóvenes y de adultos que distaban mucho de haber llegado a una edad avanzada. Las vacunas y medicamentos que han permitido erradicarlas o minimizarlas han sido fruto de los avances científicos. Patologías como la poliomielitis, la difteria, las paperas, el tétanos o el sarampión han pasado a la historia en los países desarrollados gracias a las vacunas, aunque pueda haber brotes puntuales, como está pasando con la última precisamente porque hay familias que no quieren vacunar a sus hijos. Y los antibióticos han sido esenciales para reducir drásticamente la mortalidad de múltiples infecciones. Las evidencias son aplastantes, no hay que ser un entendido en el ámbito sanitario para constatar el cambio radical que se ha producido. Por eso todavía llama más la atención el creciente negacionismo científico que profesan muchos ciudadanos y dirigentes políticos, empezando por el presidente de EE.UU., Donald Trump, y miembros de su gobierno, con su secretario de Salud, el antivacunas Robert Francis Kennedy Jr., a la cabeza. Esta semana, Trump se permitió el lujo de recomendar a las mujeres embarazadas que no tomen paracetamol porque puede causar que sus hijos sean autistas, algo que todos los expertos desmienten. A nivel local, basta ver el respaldo que un centenar de personas mostraron el miércoles por la mañana en Balaguer al horticultor Josep Pàmies cuando este acudió al juzgado a declarar por la querella presentada por el departamento de Salud contra él y su asociación, Dolça Revolució, por promover la ingesta del dióxido de cloro y el clorito sódico (un compuesto que puede provocar efectos graves) para curar el autismo infantil. La humanidad siempre ha avanzado gracias a la ciencia. La electricidad, la telefonía, las nuevas tecnologías, los motores a combustión y otros elementos esenciales en nuestra vida cotidiana no hubieran sido posibles sin ella. En cambio, parece que hay una tendencia a desconfiar de los científicos. Se da crédito a teorías que circulan por las redes que solo tienen como base impresiones personales en detrimento de otras que están fundamentadas en estudios rigurosos y que han pasado por mecanismos de validación. Deberíamos aprender de la historia, que también es una ciencia, para ver qué ha sucedido cuando asumen el poder los que dicen que tienen soluciones inmediatas para todo.

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