El Canal d’Urgell muestra la realidad del campo
El Canal d’Urgell, la mayor infraestructura de regadío de las comarcas de Lleida que da servicio a 70.000 hectáreas, afronta el proyecto para su modernización cuando el modelo agrícola tradicional se encuentra en pleno proceso de extinción. Esta circunstancia se refleja de forma nítida en dos datos que destacamos en nuestra edición del pasado domingo: solo un 25% de los más de 17.000 titulares de las fincas son agricultores profesionales, mientras que el 55% de las parcelas están arrendadas. Así pues, tres de cada cuatro propietarios son payeses a tiempo parcial o, lo que suele ser muy habitual, están jubilados y no tienen relevo en su familia. Este hecho complica que la comunidad de regantes pueda obtener sin problemas el aval de la mayoría necesaria para llevar a cabo las obras previstas, porque los que forman parte de este 75% no podrán recibir las ayudas pactadas con el departamento de Agricultura. Más allá de lo que supone para el futuro del canal, esta radiografía pone negro sobre blanco que las pequeñas y medianas explotaciones agrícolas prácticamente han desaparecido, salvo algunas excepciones en subsectores muy concretos. Se trata de un proceso que comenzó hace ya unas cuantas décadas, impulsado por la reducción de los márgenes de beneficio en el sector, lo que obliga a que el payés tenga que producir mucha más cantidad de cereal, forraje o fruta para poder subsistir. Y esto, a su vez, provoca la necesidad de disponer de más fincas, ya sea a través de la compra o del arrendamiento. Ha habido agricultores que han dado este salto, pero también es cada vez más frecuente que sean empresas, algunas procedentes de otros ámbitos, o fondos de inversión los que adquieren las tierras. Es lo mismo que ha sucedido en diversos sectores económicos, donde el grueso de la actividad se ha concentrado en manos de grandes firmas con centros de decisión alejados del territorio, algo que no casa muy bien con las campañas para promover los productos alimentarios de proximidad.
Francia va hacia el abismo
El nuevo primer ministro francés, Sébastien Lecornu, presentó ayer su dimisión unas horas después de haber nombrado a su gobierno y cuando solo llevaba 27 días en el cargo, al constatar la falta de apoyos parlamentarios. La precaria entente que alcanzaron un abanico de fuerzas que iban desde la derecha moderada hasta la extrema izquierda para evitar el triunfo de la extrema derecha en las elecciones de hace poco más de un año ha sido incapaz de traducirse en un mínimo común denominador que facilitara el gobierno, lo que ha provocado que desde entonces haya habido cuatro primeros ministros. Una actitud suicida que solo beneficia a los ultras.