“¡Quieto todo el mundo!”
Si hay un momento en la historia que defina la –no tan modélica ni pacífica– Transición española, ese es el intento de golpe de Estado perpetrado el 23-F. Si, por otro lado, existe una serie que haya logrado retratar y diseccionar aquellos convulsos momentos, esa es esta producción dirigida por Alberto Rodríguez (Apagón, Modelo 77) y Paco R. Baños (El hijo zurdo, La peste). Se nota el sello del primero: una escenografía sobria pero tensa, un ritmo medido con precisión suiza y un empleo del fuera de campo que eleva el funesto momento a la categoría de thriller. Basada en la novela homónima de Javier Cercas –que Rodríguez rechazó llevar a la pequeña pantalla en un principio, pero que su mezcla de crónica, ficción y viaje emocional terminaron por convencerle– y a través de tres capítulos, la trama –narrada en voz en off por Raúl Arévalo (Tarde para la ira, Los amantes pasajeros)– arranca en el hemiciclo del Congreso, el 23 de febrero de 1981, y estalla con la casi inmediata irrupción pistola en mano de Antonio Tejero al grito de “¡Quieto todo el mundo! ¡Al suelo!”. Tan sólo tres figuras, como es sabido, hicieron caso omiso de la orden y permanecieron en pie o sentadas: el presidente Adolfo Suárez (Álvaro Morte), el general Manuel Gutiérrez Mellado (Manolo Solo) y el líder comunista Santiago Carrillo (Eduard Fernández). A partir de esta premisa, la cinta profundiza no sólo en la vida de estos personajes, sino que también –en el tercer episodio– da voz a los golpistas Antonio Tejero (David Lorente), Jaime Milans del Bosch (Óscar de la Fuente) y Alfonso Armada (Juanma Navas), regalándonos una perspectiva histórica poco habitual –aunque peca de institucionalista– a favor de los valores democráticos en un contexto de desinformación y revisionismo. Faltan miradas femeninas, reflejando el sesgo real de la época, y el guion ostenta cierta frialdad institucional, pero tanto su brillante recreación atmosférica como de vestuario –de Fernando García, con más de 3.000 figurantes–, así como la calidad de las interpretaciones, dejan poco espacio para el debate acerca de su valor audiovisual, muy por encima de shows similares como 23-F: el día más difícil del Rey (2009), 23-F: Historia de una traición (2009) o el falso documental Operación Palace (2014) de Jordi Évole. Que su estreno coincidiera con el 50 aniversario de la muerte del dictador Francisco Franco, claro, no es tampoco una casualidad.