Chupar la cabeza de las gambas: ¿placer gastronómico o riesgo para la salud?
Los expertos en nutrición debaten sobre la seguridad de esta práctica culinaria tan arraigada

Imagen de archivo de un plato de gambas.
Chupar la cabeza de las gambas, considerada un auténtico manjar, es una práctica que genera controversia entre nutricionistas y expertos en seguridad alimentaria debido a sus posibles implicaciones para la salud. La cabeza del crustáceo, donde se concentra gran parte de su sabor gracias a los jugos y compuestos que se liberan durante la cocción, podría representar tanto un deleite gastronómico como un potencial riesgo según diversos factores.
Las autoridades sanitarias han intensificado los estudios sobre el consumo habitual de cabezas de mariscos tras las recientes publicaciones científicas que señalan la presencia de elementos potencialmente nocivos. Investigaciones avaladas por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) advierten que en esta zona del crustáceo se acumulan niveles más elevados de cadmio, un metal pesado que, consumido regularmente, podría afectar a la función renal y hepática. Asimismo, su alta concentración de colesterol y purinas supone un factor de riesgo adicional para personas con patologías como hipercolesterolemia o gota.
El debate no se centra en prohibir esta tradición culinaria, sino en establecer pautas de consumo responsable y moderado, especialmente para grupos de riesgo. Los especialistas coinciden en que disfrutar ocasionalmente de este placer gastronómico no supone un peligro inmediato para personas sanas, pero recomiendan integrarlo en una dieta equilibrada y variada para minimizar posibles efectos adversos a largo plazo.
Valor nutricional y riesgos asociados al consumo de cabezas de gambas
Contrariamente a lo que podría pensarse, las cabezas de gambas y langostinos no son simplemente un descarte. Su composición nutricional incluye proteínas de alto valor biológico, minerales esenciales como zinc y selenio, y compuestos antioxidantes que podrían aportar beneficios para la salud. Sin embargo, este perfil nutricional viene acompañado de elementos que exigen moderación en su consumo.
La cabeza de los crustáceos funciona como un filtro biológico donde se acumulan sustancias presentes en el medio marino. Entre ellas encontramos el cadmio, cuya ingesta continuada puede provocar problemas en órganos vitales como riñones e hígado. Según datos recabados en 2024 por el Instituto Español de Oceanografía, los niveles de metales pesados en crustáceos han experimentado un ligero incremento en determinadas zonas costeras, lo que ha motivado mayor vigilancia por parte de las autoridades sanitarias.
La EFSA recomienda limitar el consumo de cabezas de crustáceos especialmente en niños, mujeres embarazadas y personas con patologías renales previas.
Tradición gastronómica frente a recomendaciones sanitarias
La cultura gastronómica española tiene profundamente arraigado el hábito de chupar las cabezas de gambas, langostinos y cigalas. Esta práctica, elevada casi a ritual en celebraciones familiares y festividades, forma parte de la experiencia completa de degustar mariscos en nuestra gastronomía. Para muchos cocineros, descartar esta parte supone renunciar a la esencia misma del producto.
Las cabezas representan aproximadamente un 40% del peso total del crustáceo. Aprovecharlas contribuye a reducir el desperdicio alimentario y honra al producto en su totalidad. De hecho, numerosos restaurantes de alta cocina están desarrollando técnicas para extraer y concentrar los sabores de las cabezas sin necesidad de consumirlas directamente, ofreciendo así una alternativa más segura.
La industria conservera española también ha mostrado interés en aprovechar estos subproductos para elaborar fumets, caldos concentrados y bases para salsas, lo que podría representar una solución intermedia entre tradición y seguridad alimentaria. Según datos de la Asociación Española de Fabricantes de Conservas de Pescados y Mariscos, en 2024 se incrementó un 15% la producción de elaborados a partir de subproductos de crustáceos.
¿Cómo consumir gambas de forma segura?
Los expertos en nutrición y seguridad alimentaria coinciden en una serie de recomendaciones para quienes no quieran renunciar a este placer gastronómico. En primer lugar, se aconseja moderar la frecuencia de consumo a ocasiones especiales, evitando convertirlo en un hábito semanal. Esta limitación es especialmente importante para los grupos de riesgo anteriormente mencionados.
La calidad y procedencia de los crustáceos también resulta determinante. Los productos de acuicultura controlada suelen presentar menores niveles de contaminantes que los capturados en determinadas zonas marinas. Asimismo, es fundamental asegurar una correcta manipulación y conservación de los mariscos para evitar problemas de seguridad alimentaria adicionales relacionados con bacterias como la salmonela o el vibrio.
Para quienes disfrutan intensamente del sabor pero prefieren minimizar riesgos, existe la alternativa de exprimir ligeramente la cabeza sobre la parte comestible o utilizarla para aromatizar caldos y paellas, descartándola después. Esta práctica permite aprovechar parte del sabor sin ingerir directamente los tejidos donde se acumulan los compuestos potencialmente problemáticos.
¿Qué sucede en otros países con tradición marisquera?
La controversia sobre el consumo de cabezas de crustáceos no es exclusiva de España. En países con fuerte tradición marisquera como Japón, Tailandia o Portugal también existe este debate. En el caso japonés, la cultura culinaria tradicional aprovecha el crustáceo completo en preparaciones como el "ebi no atama" (cabezas de gambas fritas), aunque actualmente las autoridades sanitarias niponas recomiendan moderación, especialmente en mujeres en edad fértil.
En el ámbito mediterráneo, países como Italia y Grecia mantienen prácticas similares a las españolas, con un enfoque cada vez más prudente. Francia, por su parte, ha desarrollado técnicas culinarias que permiten extraer el sabor de las cabezas para elaborar salsas y reducciones, limitando así la exposición directa a posibles contaminantes sin renunciar al sabor característico.
Interesantemente, las culturas asiáticas llevan siglos aprovechando las cabezas de crustáceos para elaborar pastas fermentadas y condimentos, un método que algunos expertos consideran más seguro al transformar químicamente ciertos componentes potencialmente nocivos.
Alternativas gastronómicas que mantienen el sabor
La cocina moderna ha desarrollado diversas técnicas para aprovechar el intenso sabor de las cabezas de crustáceos minimizando los posibles riesgos. La elaboración de aceites infusionados, fumets concentrados o bisques filtradas permite disfrutar del aroma y sabor característicos sin consumir directamente los tejidos donde se concentran metales pesados y exceso de colesterol.
Para el consumidor doméstico, algunas alternativas prácticas incluyen la elaboración de caldos cortos con las cabezas (descartándolas después), o su uso para aromatizar aceites que posteriormente se filtran. Estas técnicas permiten disfrutar del característico sabor a mar sin comprometer la seguridad alimentaria.