CRÍTICA
Más ‘Élite’ médica no, por favor

Detalle del cartel promocional con algunos de los protagonistas. - NETFLIX
Carlos Montero ostenta el discutible honor de haber revolucionado en su día el panorama del streaming con su principal creación: Élite (2018). Discutible porque a pesar de todas las críticas negativas que puedan achacársele –falta de originalidad, el abuso de tramas repetitivas y exageradas, junto con un enfoque excesivo en el sexo y las drogas– significó sin duda todo un triunfo para Netflix. La primera temporada de Respira (2024), drama hospitalario también de su creación, fue castigada por la crítica al detectársele la misma fórmula de sobrecarga narrativa con tics de culebrón trasnochado. Y no les faltaba razón. Ambientada en el ficticio Hospital Joaquín Sorolla –un set de más de 1.700 metros cuadrados construido en Tres Cantos (Madrid), con quirófanos y pasillos operativos–, la segunda parte de la trama sigue el día a día en el centro, ahora bajo gestión privada, confrontando recortes, objetivos mercantiles y listas de espera con el juramento hipocrático de su personal médico. Es de agradecer la dimensión crítica del show, por supuesto, pero es también recurrente con el mero intercambio de una escuela privada por un hospital. Principalmente, el guion se desarrolla entre la lucha contra el cáncer de la presidenta autonómica, Patricia Segura (Najwa Nimri); la llegada de una oncóloga de prestigio, Sophie (Rachel Lascar), cuya propuesta de un tratamiento experimental incendia el debate interno; la imposible relación del M.I.R. Biel (Manu Ríos) y la doctora Jésica (Blanca Suárez); las maniobras desde dirección por parte de Lluís (Alfonso Bassave) para sostener el centro bajo una tormenta de presiones políticas; y la división de la plantilla entre el pragmatismo de sobrevivir y la necesidad de plantar cara. Un sólido reparto que agradece además el fichaje de Pablo Alborán en el papel del cirujano plástico Jon Balanzategui, siendo esta una de las pocas incorporaciones competentes sobre la que se sostienen arcos emocionales sin desentonar. Pero la notoria mejora del tono choca frontalmente con el persistente exceso de subtramas, una verosimilitud más que cuestionable y un dispar desarrollo de personajes que, lamentándolo mucho, no deja de recordarme al mismo patrón con el que se confeccionaron las historias del instituto Las Encinas. Queda por ver si habrá una tercera entrega, pero lo que sí está claro es que, al menos de momento, es una cinta más próxima a la de Élite que no a la de New Amsterdam (2018).