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Castellserà, la zona cero a Ponent que anticipó el confinamiento

Vecinos y el alcalde recuerdan el pánico e incertidumbre después del primer caso

Varios vecinos y el alcalde de la localidad en el hogar de jubilados.

Varios vecinos y el alcalde de la localidad en el hogar de jubilados.Laia Pedrós

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El primer caso de covid en Lleida se registró en Castellserà, y sus vecinos recuerdan el “pánico” y la “incertidumbre” que vivieron. El ayuntamiento se anticipó al confinamiento general y cerró el hogar de jubilados y la biblioteca el 10 de marzo del 2020 por la mañana. Cinco años después, los vecinos reconocen que recuperar la actividad en el hogar ha costado mucho, porque el núcleo duro de la entidad murió durante la pandemia y por el cambio de hábitos que ha habido. Castellserà perdió un 1% de la población, 12 vecinos, la mayoría muertos en geriátricos. El alcalde, Marcel Pujol, destaca que “lo más duro fue no poder despedirnos de las personas que murieron”. “Me llamaban de la funeraria para que les abriera el cementerio, fueron momentos muy complicados”, explica. Para Pujol, “el hecho de ser los primeros a tener algún caso, creo que fue positivo porque los vecinos se concienciaron y durante los primeros seis meses en el pueblo hubo molido pocos más”. Señala que una de las cosas positivas que dejó pandemia es la “solidaridad”, y remarca que “todo el pueblo se volcó para ayudar desde el primer momento”.

SEGRE se reunió esta semana con el alcalde y varios vecinos: Miquel Badia, Anna Maria Guiu, Maria Teresa Guiu, Jordi Escorsa, Maria Àngels Pons y Pau Folguera. Todos coinciden en que “en los pueblos la covid se vivió diferente, teníamos más libertad y más margen de maniobra”, aunque “la sensación de miedo y de desconcierto, especialmente al principio, fue terrible”. Escorsa, que trabajaba de médico a Lleida, afirma que “supuso un cambio absoluto a nivel social que perdura”. Dice que “los jóvenes y las personas de mediana edad han cambiado de hábitos; el acceso a las nuevas tecnologías ha fomentado que se queden en casa, y cuando se hace alguna actividad presencial faltan personas de entre 30 y 50 años”. Para Escorsa, en los primeros meses hubo “pánico y caos” derivados del “desconocimiento y la desinformación”, mientras que Badia lo califica de “desorden”.

Les hermanas Guiu hablan de “miedo” y Pones dice que fue “abrumador y estresante”, porque cuando anunciaron el confinamiento inicial de quince días se fue a Roses en casa de su hija, que trabajaba, para cuidarse del nieto, que ahora tiene 10 años. “me llevé ropa para 2 semanas y pasé dos meses. Mi hija me compró ropa por internet, ya que estaba muy cerrado, y mi marido se quedó en Castellserà solo”, relata.

La residencia de Àger suplió personal con diez voluntarios

Campaña de vacunación en la residencia de personas mayores de Àger, en la Noguera.

Campaña de vacunación en la residencia de personas mayores de Àger, en la Noguera.Mireia Burgès

La residencia municipal de Àger fue la primera de la provincia en la cual se detectaron casos de covid. Cuatro de los 33 residentes murieron a causa del virus y se encomendaron casi todos los usuarios y trabajadoras. “Éramos más de 20 y sólo quedamos unas cinco empleadas, la residencia es muy pequeña y no la pudimos sectoritzar bien”, recuerdan Marta Caba (exdirectora y fisioterapeuta) y Montse Domingo (directora y enfermera). Para suplir al personal, el ayuntamiento pidió voluntarios y consiguió una decena. “Restauradores del pueblo llevaron comida cada día al quedarnos sin cocineros”, ponen como ejemplo. “tuvimos que aislar a cada anciano a su habituación durante un mes y medio, alucinaban con la situación y sufrimos dos crisis de ansiedad”, lamentan.

Sin embargo, “hicimos todas las videollamadas que pudimos con una tablet”, explican. Al ser la primera residencia de la provincia con un brote de covid, destacan que “no teníamos información y las directivas no estaban claras, cambiaban cada semana”. La alcaldesa de Àger, Mireia Burgués, recuerda con orgullo que “los voluntarios reaccionaron muy bien”, pero lamenta que nos sentimos muy solos a nivel institucional, ni el médico de la CAP ni casi nadie quería entrar en la residencia, en el hospital devolvían a los usuarios argumentando que necesitaban esponjar y en las lavanderías no aceptaban la ropa por miedo, los primeros meses fueron muy duros”. Asimismo, Burgués asegura que “después de cinco años no se ha invertido, en la residencia sigue faltando espacio”.

“La pandemia visibilizó la esencia de la enfermería”

Enfermeras del CUAP de Prat de la Riba durante la pandemia.

Enfermeras del CUAP de Prat de la Riba durante la pandemia.Coill

El coronavirus demostró, una vez más, que las enfermeras son el colectivo sobre el cual pivota el sistema sanitario en buena medida. “Siempre hemos tenido el reconocimiento de la población y durante la pandemia fuimos muy valoradas”, afirma la enfermera coordinadora del UCI de Arnau y secretaria del Colegio de Enfermeras de Lleida (COILL), Anna Teixiné. No obstante, valora que “ahora, cuando las cosas van mejor, cuesta más visibilizar la importancia de nuestro cuidado”. Recuerda que en el UCI atendían a los pacientes más graves que, en muchos casos, tenían que ser intubados. “Todo eso en un escenario en que el mundo entero buscaba recursos materiales y personales en una especie de subasta”, añade.

No obstante, explica que el COILL tuvo organizada en sólo tres días una red de suministro de los equipos de protección más básicos, como mascarillas, pantallas faciales, guantes, calzado o geles de protección. Y en un mes disponían de líneas de producción de batas homologadas para sustituir las fabricadas con bolsas de plástico de los primeros días. “Todo eso gracias a la colaboración de empresas y de grupos de voluntarios que cosían o fabricaban los EPI a demanda del colegio, que auditaba las necesidades de más de cincuenta geriátricos de Lleida, así como de recursos propios y campañas de recaudación, como la del Colegio de Médicos”, subraya. Cinco años después, asegura que “estamos mejor organizados y se han creado protocolos que contemplan la situación pandémica como una realidad latente”.

La sanidad privada, por su parte, no fue ajena al impacto de la pandemia. En la clínica Perpetuo Socorro, por ejemplo, “tuvimos que aplazar toda la actividad quirúrgica no urgente menos la oncológica y la programación de consultas, una cosa que parecía impensable unos días atrás”. Lo explica la enfermera supervisora de los quirófanos del centro, Meritxell Mas, que recuerda que “el departamento de Salud nos derivó sobre todo pacientes paliativos y tuvimos que desdoblar las habitaciones de una planta”. La clínica acostumbra a tener 45 camas, pero durante los primeros meses de la pandemia llegó a acoger a más de 60 pacientes.

Mas recuerda que “nos instruíamos mutuamente, fue un punto de inflexión en las relaciones entre diferentes categorías y hubo mucha humanidad, lo cual contrarrestó el sentimiento de rabia y frustración en el de poder dedicar todo el tiempo que queríamos a los pacientes por la alta presión asistencial. Faltaban recursos, pero la empresa se volcó y nunca nos faltó un EPI”. Asimismo, celebra que “recibimos muchas muestras de apoyo, visitas y obsequios por parte de la población”.

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