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Falta de humanidad

Portavoz de cS en la paeria

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Hoy me van a perdonar, pero escribo estas líneas desde el sentimiento, desde las entrañas. Lo hago tras el pleno ordinario del mes de octubre. Hemos discutido de muchas cosas, pero lo que me ha dejado tocada ha sido la moción de los trabajadores de SADA, el gran matadero que cerrará en los próximos días.

Por motivos personales empatizo de forma muy cercana con esta gente. Lo conozco de cerca: personas en la cincuentena, humildes, trabajadores – ni más ni menos que cualquier trabajador de la industria, el autónomo, la enfermera, la persona del servicio de limpieza de cualquier edificio o escalera… – que llevan muchos, muchos años en el mismo trabajo. Y que de golpe y porrazo ven todas sus expectativas truncadas. Sus sueños. Sus esperanzas. Su futuro. Y lo que es peor: el de su familia. La pareja. Los hijos. Los parientes a su cargo… Eso, señores que me están leyendo, da mucho, mucho miedo.

Y me van a perdonar mis compañeros intervinientes de la moción, pero creo que no hemos estado a la altura. A un trabajador que está a punto de perder el trabajo no hay que recordarle a otras personas que están en su misma situación. Ni hablarle de cifras macroeconómicas. Ni mezclar su discurso con temas de política autonómica. Ni mucho menos citar a los clásicos (¡a Aristóteles, Séneca y la madre Teresa de Calcuta!) para decir… Que nos fastidia mucho cómo se ha llegado a este punto. ¿Verdad que no lo hacemos con un amigo al que hay que dar el pésame por la muerte de un ser querido? ¿Por qué nos ponemos estupendos aquí, entonces?

Pero la gota que ha colmado el vaso y me ha obligado a aporrear el teclado ha sido encontrarme con una antigua trabajadora del ayuntamiento. Yo no sabía que trabajaba en comisión de servicios, y con el cambio de gobierno se le comunicó que no se contaba más con ella, así que ha tenido que volver a su antiguo puesto de trabajo trece años después. Trece años de servicio en el ayuntamiento. Trece años de sacrificio en el que había dejado en un segundo plano a su familia y su carrera profesional por la idea de trabajar en una ciudad mejor. Trece años que le han servido para ser despachada como un trapo, ninguneada por la nueva corporación, pero olvidada por la antigua. Y lo peor es que lo que le indignaba no era el trato que había recibido, sino la falta de personalidades en el funeral de otro de los trabajadores de la casa hace apenas diez días. “Nunca más volveré a hacer esto, Ángeles. Nunca más me dejaré engañar.”

No estoy diciendo que mis colegas del ayuntamiento no sean buenas personas. La mayoría lo son. Pero creo que este trabajo, el servicio público, tiene dinámicas que pueden hacer que perdamos el contacto con la realidad. Puede que sea por eso que los políticos estamos considerados el mayor problema de los españoles por detrás del paro.

Así que les pido que nos ayuden. Cuando nos vean por la calle, párennos. Sean o no afines, porque da lo mismo: estamos a su servicio. Cuéntennos sus problemas, sus inquietudes y sus esperanzas. Aunque estén indignados. Aunque no les caigamos bien. Háganlo recordando que también somos personas. Pero sobre todo háganlo para evitar que la política pierda su humanidad. O lo que hacemos no servirá para nada.

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