Todo lo que somos
Ya con Los niños del coro, dirigida en el 2004 por Christophe Barratier, el cine francés encontró una vía para llegar al gran público, para emocionarlo. Y siguiendo la norma de un drama con sus dosis de comedia, bordeando el ternurismo pero sin llegar a caer en el artificio de la cursilería, se han ido estrenando éxitos como Intocable (2011), de Olivier Nakache y Éric Toledano, o La familia Belier (2014), de Éric Lartigau, entre otros.
Por todo lo alto sigue la consigna de mostrar una película que pueda articular los resortes de los sentimientos en el espectador, que saque lo mejor del ser humano, que tenga una fibra digna, que sea realista y vocacionalmente positiva.
El cineasta Emmanuel Courcol se centra en dos seres diametralmente opuestos con un vínculo que el destino vuelve a unir, dos hermanos separados y adoptados por distintas familias. Uno de ellos es un reputado director de orquesta, el otro trabaja en un comedor escolar. La vida no los ha medido igual pero ambos tienen en común el amor por la música. Cuando a Thibaut le diagnostican leucemia, en su búsqueda para encontrar un donante de médula, descubrirá a Jimmy, ese hermano hasta ahora desconocido. Y en esos encuentros, en sus vidas, en sus rechazos y afectos, encontrarán apoyo mutuo.
Por todo lo alto no solamente se centra en un hecho fraternal sino que mueve personajes con sus dilemas vitales. Como Jimmy, viven en una zona minera afectada por la reconversión industrial. Son parte de una banda municipal también al borde de la desaparición, y la llegada de un prestigioso director y compositor dispuesto a cooperar otorga a la película ese núcleo con carga obrera y de apoyo moral sin trampas.
Recuerda parte del argumento de esta película aquella producción británica de 1997 Tocando al viento, de Mark Herman, sobre los problemas de un pueblo minero y de su banda de música. Pero ese tejido que forman los dos hermanos que aprenden a quererse sin apenas tiempo, esa búsqueda de la felicidad en momentos grises y la aportación de la música como soporte esencial tiene un plus, y consigue que una pieza como El bolero de Ravel suene como un homenaje que nos desarma, como ya hizo en San Sebastián logrando el Premio del Público con una puntuación superior a todas las de las anteriores ediciones del festival.
Con unos actores que brillan con luz propia, con un Benjamin Lavernhe, con tablas en el cine y el teatro, y un Pierre Lottin que, sin duda, posee un talento innato para la interpretación, esta película lo tiene todo para hacernos ver que todavía hay cosas que valen la pena vivirlas y sentirlas.