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El hecho de nacer en un lugar o en otro es algo aleatorio, casual, pero muchas veces señala el devenir de los días, deja huella en la vida el dejarse llevar por el entorno o salir de las marcas del destino. Unos nacen en cuna de oro, otros en humildes rincones, olvidados de antemano por la suerte. Sujo se interna de un modo contemplativo, reflexivo, por parajes de un México desolado, violento, donde la vida vale bien poco. Lo hace a través de los ojos de un niño –después adolescente– al que le matan el padre, un padre que tampoco era trigo limpio.

El protagonista será cuidado por su tía en una zona rural que lo ampara de venganzas y de ese tejido hostil marcado por la droga que amenaza con engullir a esos jóvenes sin futuro más allá del simple delito.

El cine contemporáneo mexicano tiene una fuerza descriptiva enorme. Entre los realizadores y realizadoras de ese país, aparte de los totémicos Del Toro, Cuarón y González Iñárritu, se encuentra el talento de Tatiana Huezo, Lila Avilés, Amat Escalante, Carlos Reygadas o Fernanda Valadez y Astrid Rondero, directoras de Sujo, que logran hacer hablar al silencio. Además, dominan el ritmo narrativo de la historia envolviendo de realidad esos seres invisibles que habitan entre el caos y la furia. No en balde, las cineastas dedican esta película “a los huérfanos de un país en llamas”, que no es otro que el suyo propio.

Lo sórdido está presente sobre todo en la primera parte del relato, en la aridez del medio, en esa patente sobreprotección de su reducida familia.

Existe una atmósfera de miedo hacia ese “cartel” que utiliza a los jóvenes y los destruye, pero lejos de volcarse en un continuado mensaje de dureza se abre un mensaje de huida hacia adelante cuando Sujo decide irse del pueblo dominado por los narcos y buscar una vida normal, diferente.

Trabajará duro en México DF. Su curiosidad por aprender lo llevará a entablar amistad con una profesora –magnífica la argentina Sandra Lorenzano– que lo ayudará a creer en sí mismo, en sus posibilidades, pese a que el peso del pasado siempre amenaza con volver.

Fernanda Valadez y Astrid Rondero han construido una película con deseo humanista, pero alejada de trampas morales, de fáciles recursos, para darle la vuelta a una verdad incuestionable, lo difícil que resulta salir de una muerte anunciada y, ya no labrarse un futuro, sino pertenecer a un presente donde la violencia no sea tan rotunda.

Sujo no es un título optimista, pero deja un camino abierto hacia la esperanza, al deseo de ahuyentar lo marginal. Algo que parece clavado en la poderosa mirada del joven Sujo desde que nació.

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