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La película Baltimore tiene esa atmósfera de un cine que ya no se hace, y no porque carezca de recursos, ya que su estilo es original y a una diversos tiempos de la historia que muestra en una especie de rompecabezas perfecto, sin fisuras, absolutamente entendible a base de flash backs precisos que caminan paralelos y que también se alternan entre la vida de una mujer rebelde y revolucionaria y uno de los atracos más importantes del siglo XX.

Digo que forma parte de un cine que ya apenas vemos por sus imágenes, algunas inquietantes y amenazantes, casi de fría postal, junto con otras más recogidas, íntimas, que descansan en el rostro y la mirada de la protagonista, una Imogen Poots magnífica en su rol de joven rica que decide romper con todos sus privilegios y abrazar la lucha de clases uniéndose al IRA en la década de los setenta.

Esta es una película en torno a la identidad, a un cambio radical de conciencia, y eso convierte Baltimore en un profundo estudio del personaje y funciona como un trabajo que hoy día se usa poco, porque pese a los actos violentos, a situaciones nerviosas, a la presión constante, en ningún momento se extralimita. Va desgranándose como una serena revisión a una vida y a un caso real sin necesidad de apabullar, moderadamente, creando espacios donde incluso los pensamientos cobran forma.

Es la vida de Rose Dugdale, que desde su infancia y juventud sintió que no pertenecía a la elevada clase de su familia, que veía en esa rancia aristocracia el enemigo a batir -incluso hay un intento de robo en la mansión de sus padres ideado por ella misma-, y a través de escenas intercaladas en la historia que promueve Baltimore, vamos conociendo su naturaleza combativa ante las rancias leyes británicas.

Rose, ya muy radicalizada, junto a varios miembros del IRA, llevan a cabo la sustracción de 17 obras maestras de la pintura, de Vermeer a Velázquez, para pedir a cambio la liberación de varios presos y una importante cantidad económica. En una solitaria cabaña guardarán el botín. Allí se hará patente la sensación de soledad en una mujer embarazada, que sabrá que no es más que una pieza de un complejo engranaje.

Christine Molloy y Joe Lawlor, uno de los tándems más importantes del cine europeo gracias a sus interesantes documentales y películas como Helen o La interpretación de Rose, nos sorprenden con esta historia sobre una derrota emocional pero no de sus ideas, ya que Rose llegó a colaborar con el Sinn Féin hasta el final de sus días. En definitiva, una muy buena película de esas que ya no se hacen o no se saben hacer.

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